No volveré a ser joven

Releí estos días El maestro de esgrima, la novela con la que descubrí a Arturo Pérez-Reverte cuando yo tenía 17 años. Volví a leer la novela con 22 años y en aquella segunda ocasión me detuve a recoger algunas frases que salían de boca del protagonista. Me fascinó aquel personaje que se mantenía fiel a sus principios contra viento y marea como una forma de darle sentido a la vida en un mundo convulso. El protagonista era un hombre mayor que había visto marchitarse el mundo, regido por el deber y honor, en el que se había educado para dar paso a tiempos más prácticos donde no todo tenía valor pero sí precio. Yo trasladé todo aquello a mis propias experiencias y su sentimiento de nostalgia por unos tiempos que ya no volverían lo traducí a los sueños e inocencias que había dejado por el camino a pesar de ser sólo un adolescente imberbe.

Volver a leer El maestro de esgrima fue de pronto encontrar la distancia que me separa de aquel que fui, alguien cuyas frases en primera persona estaban entonces llenas de «siempre», «nunca» y «jamás». Ahora sé que aquella determinación era resultado de que la vida todavía no me había puesto a prueba. Recuerdo que, hace pocos años, una ex-compañera de clase tras ponernos al día me dijo entusiasmada «¡Veo que sigues hablando de las mismas cosas y pensando lo mismo que en la carrera! Me alegro de que no te hayas vendido». Yo le contesté con resignación: «Simplemente pasa que nadie ha querido comprarme».

Creo que lo que da la experiencia y la madurez es comprobar que uno por más que lo quiera no se comporta como un personaje literario enfrentado a grandes dilemas. La pelea vital por ser fiel a unos principios no tiene forma de grandes batallas épicas. Nos alejamos del que quisimos ser dando pequeños pasos banales. Y mantener la guardia ante eso es una proeza mucho mayor.

Miro también a mi corazón,
y descubro que sus deseos
se resumen, desgraciadamente,
en dos palabras:
la palabra Siempre,
la palabra Nunca.

Bernardo Atxaga, «Bizitzak»

El canon anglosajón

Se me cae la cara de vergüenza con El canon occidental de Harold Bloom, que haya gente que se lo crea. Primero por la prepotencia de hacer un canon literario, un señor que no ha escrito nada en su vida. Segundo, porque solo mete anglosajones, Mellville, Shakespeare, etc. Se carga toda la literatura que no sea sajona en un arrebato de imperialismo cultural que es vergonzoso y encima la peña le sigue. Este señor no tiene idea de literatura universal, solo de literatura anglosajona. Pues que se haga entonces su canon de literatura anglosajona.

Lucía Etxebarria en una entrevista para la revista Jot Down.

Y es que alguien lo tenía que decir.

Leyendo tonterías

Hay cosas que detestas casi por instinto. Así que es divertido cuando alguien se toma la molestia de destriparlo. Por ejemplo, alguien que entiende de música y canto te explicar por qué alguien del que tú piensas que canta como el culo, resulta que canta como el culo. O alguien se toma la molestia de leerse los libros de Paulo Coelho para explicar por qué su literatura es mala. Creo que tiene su enjundia. Como el autor del artículo, Héctor Abad Faciolince, señala, hay mucha literatura mala que no vende nada y mucha literatura buena que vende mucho.

Sergio Parra, por su parte, reflexiona sobre el hecho de que la lista de ventas en mayo de 2013 en España tanto en «ficción» como «no ficción» la encabecen libros que él considera malos. Concluye que quizás es preferible que la gente con poco criterio no lea libros, si con ello se evita que se llenen la cabeza de tonterías. Interesante cuestión. ¿Es deseable que la gente lea, aunque sea tonterías?

Gérard de Villiers

Creo que nunca tuve pretenciones de novelista serio. Siempre quise escribir historias en las que, como dijo José Perona, «pasan cosas». Entre ser el celebérrimo autor de una novela aclamadísima por la crítica que ahonda en las profundidades del alma y ser el desconocido que escribe con pseudónimo novelas con una legión de de fieles lectores frikis, me quedo con lo segundo. Así que ha sido una sorpresa descubrir la figura de Gérard de Villiers, autor francés de una larguísima saga de novelas de espionaje. La primera se publicó en 1965 y la última, ¡la 196ª!, en 2013.

El desierto, la muerte y nada más

Pertenecer al desierto, era, como ellos bien sabían la maldición de entablar una batalla sin fin con un enemigo que no era de este mundo, que no era la vida, ni nada, sino la esperanza como tal; y el fracaso le parecía a la humanidad una expresión de la libertad de Dios. Nosotros sólo podíamos ejercitar en libertad haciendo lo que estaba en nuestras manos hacer, porque entonces la vida nos pertenecería, y la dominaríamos al despreciarla. La muerte aparecería como la mejor de nuestras obras, la última y más libre lealtad a nuestro alcance, nuestro ocio final.

Los Siete Pilares de la Sabiduría, T. E. Lawrence.

El péndulo de Foucault

Fue entonces cuando vi el Péndulo.
La esfera móvil en el extremo de un largo hilo sujeto de la bóveda del coro, describía sus amplias oscilaciones con isócrona majestad.
Sabía, aunque cualquiera hubiera podido percibirlo en la magia de aquella plácida respiración, que el período obedecía a la relación entre la raíz cuadrada de la longitud del hilo y ese número pi que, irracional para las mentes sublunares, por divina razó vincula necesariamente la circunferencia con el diámetro de todos los círculos posibles, por lo que el compás de ese vagar de una esfera entre uno y poro era el efecto de una arcana conjura de las más intemporales de las medidas, la unidad del punto de suspensión, la dualidad de una dimensión abstracta, la naturaleza ternaria de pi, el tetrágono secreto de la raíz, la perfección del círculo.

Así empieza la novela El péndulo de Foucault de Umberto Eco. La leí y la disfruté con 16 años para pasmo de muchos adultos, cosa que me enorgullecía entonces. Aquel comienzo estaba escrito para asustar y obligar al lector despistado a dar la vuelta. Las primeras 70 u 80 primeras páginas eran duras de leer. Aunque estaba segurísimo entonces que se me habían escapado innumerables referencias y subtextos. Pero a mí me fascinó la historia de Jacopo Belbo, el perdedor, junto con otras tantas cosas de la trama que me llevaron a leer el libro varias veces.

Hace meses descubrí, otra casualidad que nos unía, que Jorge Jiménez había sido otro lector que había disfrutado de la novela. Entonces llegó este artículo de Jotdown y descubrí que fuimos unos cuantos los adolescentes que llegamos a aquel libro a principios de los noventa y lo hicimos nuestro, we happy few.

Aniversario de la muerte de Herman Hesse

Descubrí a Herman Hesse después de los 20. Tan simple como que «El Lobo Estepario» era el título de un programa de radio de Jesús Quintero. La curiosidad sobre el título me llevó al libro. Así que para mí no fue un rito de paso de la adolescencia. (El libro que me sacudió con 16 años fue El Péndulo de Foucault). Y tampoco puedo decir que «El Lobo Estepario» me haya acompañado siempre. Me quedó, en cambio, la huella de cierto pasaje que lo explica todo.

Deutsche Welle conmemora 50 años de su muerte.

Revisionismo histórico

Me ha llamado la atención un artículo en Overthinking It de John Perich sobre un videojuego de la serie The Elder Scrolls donde cuenta cómo en el juego no hay una narrativa única sobre la realidad del mundo en que tiene lugar la acción. El jugador puede ir leyendo textos repartidos por el juego y descubrir diferentes puntos de vista. Es más, termina descubriendo hechos por sí mimo que contradicen las leyendas y supersticiones populares.

Leí fantasía en mi adolescencia y llegué tarde a J. R. R. Tolkien. Cuando leí «El Hobbit» y su estilo me pareció anticuado. Luego no pasé en el primer libro de «El Señor de los Anillos» del encuentro con el cargante Tom Bombadil. Así que mi principal referencia sobre la trilogía son las películas. Al final del «El Retorno del Rey», viendo cómo Aragorn eran aclamado por el pueblo tras su boda, me paré a pensar cómo todas las obras de fantasía medieval presentan de forma acrítica un orden social estratificado. Nos cuentan la historia de reyes justos y bondadosos, sus caballeros valientes y bellas princesas de fuerte cáracter. Todo tan tremendamente reaccionario en que el orden social viene dado por el nacimiento. Nosotros, como lectores, somos invitados a participar en el anti-moderno Medievo como una fiesta floral que mitifica la realeza y la aristocracia.

El paleontólogo ruso Kirill Yeskov tuvo la idea de contar «El Señor de los Anillos» desde el punto de vista de Mordor. «Canción de hielo y fuego» de George R. R. Martin ha ido más allá al evitar presentar el típico elenco de personajes en el que «los buenos» llegan al final de la historia sin un rasguño. Pero seguimos atrapados en el discurso de nobles y caballeros. La idea es que en realidad hay muchos puntos de vista. Las historias, a pesar de el narrador omnisciente, no son más que puntos de vista. Sería sin duda posible contar los mismos relatos desde el punto de vista de los campesinos, pastores, mercaderes, sacerdotes y prostitutas. Quizás el género esté a tiempo de renovarse o quizás deba ser preciso acabar con él de una vez por todas.

William Gibson y la postmodernidad postcyberpunk

El primer libro que he comprado para mi nuevo Kindle es «Rewired», una antología de relatos postcyberpunk. Lo escogí no tanto para entrar en discusiones sobre el sentido de esa clase de etiquetas, sino por la carga simbólica del cacharro.

Estos días estoy releyendo «Postmodernidad» de David Lyon, una de esas «guías básicas» a las que conviene volver una y otra vez como punto de partida de un camino en una nueva dirección. Y me ha llamado mucho la atención la reseña hecho por Asunción Álvarez de «Pattern Recognition», la primera novela de la trilogía que acaba de cerrar William Gibson y en la que desde su punto de vista privilegiado disecciona cosas que a mí me pasaron bastante desapercibidas.

Epifanía

Cuando estudaba estudiando la carrera cayó en mis manos un número aniversario de la revista Ajoblanco. Su director, José Ribas, contaba en un artículo el nacimiento de la revista. Describía los últimos años del franquismo en Barcelona, cuando las fuerzas políticas más activas entre las masas universitarias eran las marxistas-leninista. Se quejaba Ribas de que en aquel entonces todos aquellos líderes y militantes estudiantiles, tan ortodoxamente radicales, tenían un alma gris de burócrata. Cuarto de siglo después, en otra universidad, vivía yo una sensación parecida.

Y otra vez sucedió, releyendo la revista Ajoblanco. En una recopilación de artículos antiguos con motivo del 10º aniversario de la segunda época de la revista encontré una entrevista a Allen Ginsberg.

-Hace tres años estuve en Checoslovaquia, en una reunión de poetas de la Universidad de Olomouc. Me asignaron como intérprete un joven estudiante de segundo de medicina, al que me presentaron como uno de los líderes estudiantiles de la revolución de terciopelo. Me interesé: ¿Cómo lo hicistéis? Hubo una gran asamblea-me dijo. Y el presidente del órgano estudiantil nos aseguró que no teníamos que hacer nada, que no había que ir a la huelga, que teníamos que continuar con nuestros estudios y no provocar violencia. Me levanté de un salto y dije: «Represento al comité de huelga de los estudiantes. Queremos una votación» 5950 estudiantes votaron por la huelga y sólo cincuenta, los líderes estudiantiles, los burócratas oficiales, votaron que no«.

Le pregunté si le sorprendió haber sido capaz de provocar aquello. -me respondió-sobre todo porque no había ningún comité de huelga. ¿Y de dónde sacaste el valor? Cuando tenía dieciocho, y estaba en la mili, leí tu poesía y la de Kerouac y Burroughs. Y me espabilé.

Eso me interesaba. ¿Qué clase de escritura puede hacer que una persona se separe de los demás, se mire a sí misma y se vuelva indpendiente? Así que le interrrogué: ¿Qué más leíste? Dostoyevski, Baudelaire, Rimbaud, Kafka… ¿Y qué música escuchabas? Los Beatles, Bob Dylan, Soft Machine, Lou Reed, Velvet Underground

Entonces le interrumpí. Todo volvía a Poe. Se hizo una luz en mi cabeza. Porque me di cuenta de que a Dostoyevski le gustaba Poe. Todo el sentimiento de culpa y de conciencia de El barril de amontillado lleva a Crimen y Castigo.Y Baudelaire fue el prototipo para Rimbaud y Artaud. Y el sentido de paranoia de Kafka viene de Poe. Y los Beatles le pusieron en la portada de Sargent Pepper’s. Y Burroughs, Kerouac y yo aprendimos de Poe… Poe está en el origen de toda la conciencia moderna.

Comprendí que Poe tiene más efecto en hacer a la gente independiente, consciente de su conciencia, que cualquier otro escritor. En contradicción con el pensamiento de Marx, Poe estaba en la torre de marfil, en la belleza pura. Mientras que Marx siempre dijo que hay que estar en la vanguardia de la revolución y tomar tu ideología del Comité Central del Partido Comunista, que habla por el proletariado, para que puedas hablarle al proletariado. ¡Y no movieron a nadie a nada! Mientras que Poe, que era el arte por el arte, tiene el efecto político más grande que ningún otro. Porque fue al corazón de todo lo que es puro, a la belleza. Cuando vi que todo volvía a Poe, casi me echo a llorar. Siempre me había interesado cuál es el efecto de la literatura en la vida social. Y ahí estaba el ejemplo más puro: El chaval lidera la revolución de los estudiantes y todo vuelve a Edgar Allan Poe. Paradójico y delicioso. Es la clase de cosas que te dan fe en la naturaleza humana.