Mientras tanto, en Rusia

Nadezhda Tolokonnikova

El año pasado me dediqué a publicar en mi muro de Facebook noticias sobre el encarcelamiento de las tres activistas del colectivo ruso Pussy Riot. Lo hacía de una forma autoparódica, aprovechando cualquier excusa para colgar fotos de Nadezhda Tolokonnikova, como si mi único motivo para interesarme por el caso fuera ella. Creo, todo hay que decirlo, que la sutil parodia del occidental bienpensante que se interesa por una causa política sólo por motivos superficiales se perdió en su sutileza. La cuestión es que, obnubilado por Nadezhda desde que compareció ante el juez con una camiseta que decía «No pasarán» o no, empecé a seguir el asunto.

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El grupo saltó a la fama por una filmación en el interior de la catedral moscovita de Cristo El Salvador hecha el 21 de febrero de 2012.. Es un templo suntuoso construido tras la caída del comunismo y que representa el actual maridaje entre el poder político ruso y la iglesia ortodoxa. Precisamente por ello escogieron el lugar para grabar un vídeo musical en el que interpretan la canción «Madre de Dios, líbranos de Putin». El grupo lo calificó como una «plegaria punk». Tras difundirse el vídeo, estalló un enorme escándalo en la pacata y conservadora sociedad rusa. Ir en contra del gobierno y de la iglesia les supuso a las intérpretes de la actuación varias acusaciones, como la muy severa de «odio religioso» que dio con los huesos de tres de ellas en la cárcel. Finalmente, ante la proximidad de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi, fueron puestas en libertad. Después de su liberación, llegaron la gira por Occidente, la participación en actos públicos, la exposición ante los medios, las tensiones internas en el grupo, etc. que posiblemente lleven a su disolución o fractura. La cuestión es que el grupo no era una banda punk, sino que nació como un colectivo de arte.

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Estos días estoy leyendo Word Will Brake Cement: The Passion of Pussy Riot y lo que más me está llamando la atención es el contexto social, político y cultural ruso. He caído en la cuenta por ello lo poco que sabemos de la sociedad rusa. En el libro se nos presenta como un país donde la democracia es una farsa, el sistema judicial no es digno de ese nombre y la policía es terriblemente corrupta y brutal, mientras la sociedad civil es sencillamente apática. Además, los valores dominantes son tremendamente machistas y homófobos. Sin ir más lejos, Rusia Hoy contaba el 8 de marzo Por qué las mujeres rusas suelen rechazar el feminismo». Los miembros del colectivo Pussy Riot eran todos estudiantes de arte, filosofía, humanidades o periodismo que se encontraron con el desconocimiento sobre vanguardias artísticas y ciertas corrientes de pensamiento occidental. Así que compartiendo la pasión por ellas y de forma autodidacta se lanzaron a ocupar ese vacío. Esa parte del relato me generó una cierta nostalgia. Ellos eran unos bichos raros que sufrieron en soledad el colegio, en el instituto o en la universidad la soledad del diferente hasta que encontraron un grupo de semejantes.

Leer sobre Rusia me lleva a pensar sobre España. Aquí también hay motivos para rebelarse, hacerse activista y hacerse oir. En definitiva, «hacer algo». Pero con tanto ruido, tanta convocatoria y tanta causa ¿qué se puede hacer que merezca la pena? Se acercan las elecciones europeas y voy camino de perder la cuenta de los grupos que pretenden cuestionar el orden de las cosas. Ya sabemos, la «unidad de la izquierda». En Rusia, Pussy Riot se encontró con que estaba todo por contarse y explicarse. Aquí nos pasa lo contrario. Estamos saturados de explicaciones y de profetas. Creo que voy a tener que darle vueltas aquí a todo esto.

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¿Agredir poco o menos que?

La Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea sacó recientemente un informe sobre las agresiones a mujeres en la Unión Europea. Así descubrimos que en la civilizada Europa del Norte (Holanda, Dinamarca, Suecia y Finlandia) las mujeres con más de 15 años que afirman haber sufrido violencia a manos de sus parejas superan el 45%, con Reino Unido y Francia muy cerca con un 44%.

Por el contrario, en la Europa meridional y Mediterránea que va desde Portugal a Chipre pasando por Eslovenia y Croacia, el porcentaje es menor. En la noticia que da ElDiario.es sobre el asunto se habla de que las estadísticas reflejan sólo que en unos países hay mayor conciencia del asunto, se habla más de él y se denuncia más. Es decir, que en los países de la Europa meridional las estadísticas son menores porque muchas mujeres que han sufrido una agresión por parte de sus parejas tienen asumido que eso es «normal» o jamás hablarían de ello con un extraño que le está haciendo una encuesta. Aún así he leído en varios lugares a personas señalar que en «España se pega menos» como un motivo para estar satisfechos. Es esa lógica extraña de alegrarse porque la «gasolina es aquí más barata que en Alemania». Pero asumiendo por un momento que ese 22% en España según datos del estudio de la Unión Europea fueran ciertos, ¿podemos estar satisfechos con una de cada cinco mujeres habiendo sido víctimas de violencia machista?