Un centro de gravedad permanente

Una conocida mencionó a Franco Battiato. Se sumó a la conversación alguien dispuesto a hacerse el gracioso ridiculizando a Battiato. Patinazo. A ella le gustaba. Surgieron nombres de canciones. Luego tuve ocasión de buscar en Internet, ver vídeos y repasar letras de canciones.

Me produce vértigo recordar elementos que formaron parte de mi infancia y adolescencia. No sé si por la nostalgia de un tiempo pasado irrecuperable o por recordar la inocencia de aquella etapa en que uno creía que todo era posible. A lo mejor, por ambas cosas. Por envejecer y por perder la inocencia.

Así que prefiero ver a Battiato tal cual es ahora, antes de recuperar un vídeo de aquella época.

Acción de Gracias

Doy gracias a la luna por ser la luna, a los peces por ser los peces, a la piedra imán por ser el imán.

Doy gracias por aquel Alonso Quijano que, a fuer de crédulo lector, logró ser Don Quijote.

Doy gracias por la torre de Babel, que nos ha dado la diversidad de las lenguas.

Doy gracias por la vasta bondad que inunda como el aire la tierra y por la belleza que acecha.

Doy gracias por aquel viejo asesino, que en una habitación desmantelada de la calle Cabrera, me dio una naranja y me dijo: «No me gusta que la gente salga de mi casa con las manos vacías». Serían las doce de la noche y no nos vimos más.

Doy gracias por el mar, que no has deparado la Odisea.

Doy gracias por un árbol en Santa Fe y por un árbol en Wisconsin.

Doy gracias a De Quincey por haber sido, a despecho del opio o por virtud del opio, De Quincey.

Doy gracias por los labios que no he besado, por las ciudades que no he visto.

Doy gracias por las mujeres que me han dejado o que yo he dejado, lo mismo da.

Doy gracias por el sueño en el que me pierdo, como en aquel abismo en que los astros no conocían su camino.

Doy gracias por aquella señora anciana que, con la voz muy tenue, dijo a quienes rodeaban su agonía rodeaban su agonía «Dejenmé morir tranquila» y después la mala palabra, que por única vez le oímos decir.

Doy gracias por las dos rectas espadas que Mansilla y Borges cambiaron, en la víspera de una de sus batallas.

Doy gracias por la muerte de mi conciencia y por la muerte de mi carne.

Sólo un hombre a quien no le queda otra cosa que el universo pudo haber escrito estas líneas.

Un colega me descubrió este poema de Borges hace poco. Llevo días de balances y miradas hacia atrás. Y con el tiempo, puedo dar gracias hasta por historias que terminaron mal. Si cerrara mi vida ahora, cuando no me queda otra cosa que el universo, serían prueba de que he vivido.

Llámame troglodita

Una vez le regalé una cuaderno grande y grueso a una amiga para que lo empleara de diario. Se sintió abrumada por la idea de tener que escribir en él todos los días. Le dije que para mí, a pesar del nombre, un diario es un cuaderno en el que escribes cuando te apetece para poner tus pensamientos en orden, registrar lo que vives o simplemente desahogarte. Es un instrumento que usas cuando te apeteces y lo necesitas.

He mantenido una relación siempre contradictoria con la tecnología. Por un lado visito a diario varios sitios de Internet sobre tecnología y me sé el nombre y características de productos que no compraría aunque tuviera dinero de sobra, pendiente siempre de las últimas novedades. Por otro lado de forma periódica me embarga la sensación de pertenecer a una sociedad de consumo que pretende convertirnos en hamster corriendo en una rueda sin fin.

Llevo meses recibiendo la recomendación de que abra una cuenta en Twitter, algo que por lo visto ampliará mis horizontes profesionales, dará repercusión hasta límites insospechado a mis ideas, cura el mal aliento y previene el pie de atleta. He vivido situaciones chocantes. Como aquel amigo con quien no quedé porque me dio los detalles de última hora del encuentro en un email, cuando yo tengo un Nokia 1616 que compré de oferta por 9 euros. O aquella otra persona que se sorprendió por el SMS que le mandé. «Ya nadie los usa hoy».

Me siento cada vez más tentado de mantenerme alejado de casi todo y volver a una vida lenta. Un refusenik de la tecnología.

Masamune se perdió por el camino

Descubrí el manga a principios de los años 90 con Akira de Kastuhiro Otomo en aquella colección por entregas de Dragon-Glénat. Sólo más tarde descubrí por que Otomo dibujaba las manchas de sangre tan oscuras y por qué en Japón todo el mundo era zurdo. La edición europea estaba coloreada e invertida respecto a la original japonesa. Al poco tiempo me enganché a Ghost in the Shell de Masamune Shirow. Llegué a comprar un par de tomos originales en japoneś. Y desde entonces cuelga en mi pared una reproducción de la siguiente imagen en formato 100x70cm.

No tengo ningún rubor en confensar, tampoco lo tenía entonces, que sólo entendía elementos de la trama en los resúmenes de lo acontecido que aparecía en cada entrega. Lo achaqué entonces a fallos en la traducción. Pude comprobar con la versión estadounidense y española de alguna historia de Masamune Shirow delante que la traducción al español era pésima. Pero no fui yo el único que se quejaba. En algún fanzine llegué a leer críticas en el que se le achacaba que era un estupendo dibujante de pin-ups y un pésimo guionista. A mí me atraía la temática ciberpunk de sus historias, lo cuidado de la ambientación, la minuciocidad con la que diseñaba vehículos y armas futuristas… Pero no había que negar que dibujaba unas chicas estupendas. Era un virtuosos de la ilustración en color. Pasaron los años y aparecieron uno tras otros libros de ilustraciones, carpetas con póster y calendarios. Diseñó personajes de videojuegos. Se hicieron largometrajes y series de anime de Ghost in the Shell. Salieron más libros de ilustraciones, con imágenes aún más subidas de tono. Pero de la continuación de sus manga nunca más se supo.

Masamune Shirow es un pseudónimo. No se sabía su nombre y no existían fotos públicas de su cara. Era un personaje misterioso que trabajaba solo, al contrario que las estrellas del manga que lo hacen rodeados de becarios. El misterio también se desvaneció. Se supo su nombre (Ota Masanori). Apareció su foto. Y hoy acabo de descubrir que tiene página web. En el apartado de obras veo que en los últimos diez años sólo ha publicado recopilaciones de dibujos en toda clase de formatos (incluso) aplicaciones para iPhone y se han reeditado algunas de sus obras. Es decir, Masamune Shirow dejó hace años de ser dibujante de manga para ser un mero ilustrador.

Flor de Escocia

Hace ya muchos años, viendo los momentos previos a un partido de rugby entre Escocia e Inglaterra, me llamó la atención la letra del himno que cantaba a pleno pulmón el público escocés y tradujo el comentarista de televisión.

And stood against him,
Proud Edward’s Army,
And sent him homeward,
To think again.

Fue algo que olvidé. Y no fue hasta hace poco que leí que Escocia no tenía himno oficial. En las competiciones deportivas oficiales se solía interpretar «God Save The Queen» pero ante las pitadas del público se decidió en 1990 interpretar una versión más solemne de la canción «Flower of Scotland». ¿Flor de Escocia? «Menuda cursilería», pensé. La imaginé como el típico himno que habla de verdes valles y tierras fecundas. Pero al mirar la letra resulta que no. Era ese himno que menciona cómo los escoceses mandaron a casa al ejército del orgulloso Eduardo (el «malo» de Braveheart) para que se lo pensara de nuevo tras la batalla Bannockburn y que aquella vez, hace tantos años, el locutor de La 2 de RTVE tradujo.

Lo divertido viene cuando hace muy poco compartí el vídeo con unos colegas y uno de ellos se quejó de lo que considera «la falta de tradiciones culturales en España» y «la ausencia de una cultura popular que no esté subvencionada». Y entonces tuve que desvelarle que «Flower of Scotland» es una canción presentada por el grupo folk «The Corries» en ¡1967!. Las tradiciones siempre tienen fecha de creación.

La canción fue interpretada por primera vez como himno nacional en un partido del trofeo Cinco Naciones. Escocia se enfrentaba a la gran favorita, Inglaterra («the auld enemy»), en el estadio de Murrayfield de Edimburgo el 17 de marzo de 1990. Primero saltó al campo la selección inglesa a la carrera. Mientras sus jugadores calentaban y se hacían fotos aparecieron los escoceses caminando, encabezados por el paso lento y solemne del capitán David Sole que electrizó el ambiente. Sonó «Flower Of Scotland». Los ingleses empezaron anotando y perdieron la oportunidad de alejarse en el marcador. Los escoceses consiguieron remontar y todo el partido fue una batalla de proporciones épicas con los ingleses en la línea escocesa de los 22 metros pero sin conseguir pasar. Podríamos elegir mil metáforas militares para describir aquello.

Escocia ganó el partido y por tercera vez en su historia ganó un Grand Slam. Desde entonces «Rose Of Scotland» se convirtió en himno oficioso de las selecciones deportivas de Escocia. Cuando la selección de rugby juega en casa suele ser habitual que Ronnie Browne, uno de los miembros originales de «The Corries», la cante al principio del partido a pesar de que está retirado como cantante. Su costumbre de intercalar el grito de «Come on!» al principio de su interpretación se ha hecho famoso.

Los escoceses, mal hablados e ininteligibles, me caen bien. Aunque sólo porque su acento no estándar les provoque problemas, lo que me recuerda lo que supone en España a veces no hablar el castellano mesetario.

The Madrileñer

La prensa está en crisis. Cada vez menos gente compra un papel con las noticias de ayer cuando perfectamente puede leer gratis en Internet las noticias de hoy. Los expertos en opinión pública y comunicación señalan que los periódicos mantienen todavía el rol de ser el medio que define la agenda informativa. Leer los titulares del día es una actividad que se hace en programas de radio y televisión, pero no al revés. El problema es que no hay relevo generacional. En España el diario Público trató de captar al público joven hablando de ciencia, cómics y software libre con una estrella de la blogsfera progre al frente. Tras un año los dueños cambiaron al director por alguien venido de la prensa tradicional. Al final Público cerró su edición en papel y sobrevive como diario digital mientras buena parte de su antiguo plantel lanzará en Internet El Diario.

Ante este panorama, el grupo PRISA ha aplicado la máxima de «si no puedes con ellos, únete a ellos» creando un nuevo medio digital. Pero en uno de esos arranques que combinan esnobismo y paletismo no han tomado simplemente como referencia un medio de éxito en Estados Unidos. Literalmente han hecho la edición española del Huffington Post, soltándola con paracaídas en el panorama informativo español. El primer día lucía un diseño de portada desangelado y confuso. Y me ha hecho gracia. Se llama El Huffington Post. ¿Por qué no editar en España otras publicaciones estadounidenses de éxito sin equivalente en España? El New Yorker. La Wired.

Ricardo J. González, subdirector de Jot Down decía que aspiraba a convertir su publicación en el New Yorker español. Pero Jot Down tiene un estilo muy personal y característico, que lo aleja de la simple copia de un modelo.

Yo seguiré soñando con una revista hacker en español, que hablara de actualidad internacional, cultura, ciencia y tecnología.

El tiempo, el implacable

Un signo del paso del tiempo es que «envejecer con dignidad» se convierta en un tema de conversación. El otro día me vino la duda de qué había sido de todas aquellas estrellas del cine francés que componían en los años 90 un star-system muchísimo más interesante que el estadounidense.

Primero busqué a Isabelle Adjani, que siempre recordaré por el reportaje que le hizo la revista PHOTO a propósito del rodaje de «La reina Margot». Me la encontré hecha una Sara Montiel francesa. Luego pensé en Emmanuelle Béart, de la que no había sabido nada en mucho tiempo. Me encontré con otra víctima de la cirugía estética que ahora hace campaña contra ella. Al menos Sophie Marceau lucía bien cuando apareció sin maquillaje y sin retoques de Photoshop en un número especial de la edición francesa de la revista Elle en 2008. De pronto, me sentí uno de esos contertulios que debaten sobre películas en televisión y hablan de que ya no hay mujeres como las que poblaban las pantallas en blanco y negro de su juventud.

Hace poco murió el dibujante Moebius y hoy la noticia ha sido el fallecimiento de Ray Bradbury. Dice Juanjo que «todos los gigantes culturales a cuya sombre crecí la van palmando poco a poco… y el mundo parece más ajeno y extraño sin ellos». El otro día hablaba de cómo la desaparición de referentes políticos le dejaba a uno perdido e impotente. El secreto de la vida debe ser nunca dejar de encontrar referentes para no vivir con nostalgia del pasado.