First we take Al Aqsa, then we take Berlin

La mañana del 7 de octubre me desperté y mientras iba ganando conciencia hasta la primera toma de cafeína miré el móvil con incredulidad viendo los acontecimientos del sur de Israel. Las dos primeras ideas que me vinieron a la cabeza fue que lo que sucedía tenía cómo último responsable a Irán y que los acontecimientos en Israel no terminarían allí, sino que tenían conexión con Europa.

En las semanas siguientes vimos manifestaciones por toda Europa donde se ondearon banderas yihadistas y se llamó abiertamente al exterminio de los judíos. En países como Francia, Alemania y Reino Unido las autoridades mostraron preocupación, mientras que en España vimos a líderes de partidos que han ocupado responsabilidades de gobierno compartiendo los lemas que piden la destrucción de Israel.

Durante mucho tiempo para encontrar proclamas abiertamente antisemitas uno tenía que acudir a la literatura neonazi o a los lugares más oscuros y anónimos de Internet. La gente que negaba la existencia del Holocausto decía cosas como «yo sólo hago preguntas». Ahora ya no hace falta la ambigüedad calculada.

Recuerdo en el verano de 2014 las diferencias de narrativas y discursos entre la cuenta en Twitter en inglés y en árabe de organizaciones palestinas, que para el público internacional hablaba en inglés de Derechos Humanos y para el público árabe hablaba de martirio y la liberación de Al Aqsa. Ahora esa divisoria parece haber quedado diluida con la convergencia de islamistas e izquierda woke en Europa.

Decía un portavoz de HAMAS que habían consultado con Moscú la organización del ataque del 7 de octubre y habían recibido el visto bueno porque desde el Kremlin vieron positivo algo que distraería la atención de Occidente de la guerra de Ucrania. Es evidente que perciben débil a Occidente, con Estados Unidos en retirada, extremedamente polarizado y liderado por un presidente senil por un lado y por el otro a una Europa incapaz de transcender los discursos de «profunda preocupación» e incapaz de actuar colectivamente con la altura que corresponde a una potencia.

Pero si hay algo que ha marcado el 7 de octubre de 2023 es el fin del disimulo sobre las intenciones reales de un sector de la población europea convencido de que herederá el continente. La violencia sexual vista en los progromos del sur de Israel aquel día tienen su eco en la incesante sucesión de manadas que los medios de masas europeos decidieron esconder después de la Nochevieja de 2015. Una violencia sexual que, en el fondo, tiene un significado político. La pregunta es qué respuesta se le va a dar a Europa, si es que se le va a dar alguna.

Cosas rotas en España (I)

Tengo la sensación de que la mayoría de la gente no entiende cómo funciona el sistema de pensiones. La idea generalizada es que el gobierno toma dinero de tu sueldo para meterlo en una cuenta, hacerlo crecer y devolvértelo años más tarde en forma de pensión. Recuerdo alguna manifestación de jubilados cabreados en países como Argentina gritando “¿dónde está mi dinero?”. La realidad es que las pensiones no funcionan como un fondo de inversión, sino que es pacto intergeneracional en el que los trabajadores de hoy le pagan la jubilación a los trabajadores de ayer y la educación a los trabajadores del mañana. Para que el sistema funcione la gente tiene que morirse tarde o temprano y nuevos trabajadores entrar en el mercado laboral.

El sistema funcionó perfectamente en la era en que la esperanza de vida sólo superaba la edad de jubilación en una década y Occidente vivió el despegue económico después de la Segunda Guerra Mundial. Era la época previa a la globalización y la sociedad de la información en que un obrero o un oficinista mantenía a su familia, pagaba la casa y tenía un coche. El mundo cambió y ahora en España el sistema está roto.

Pirámide de población de España a enero de 2022. Fuente: INE.

Tenemos una de las mayores esperanzas de vida del mundo. Cosas del clima, la alimentación, las redes familiares y un sistema sanitario público bastante bueno manteniendo a la gente viva. Eso significa que hay que pagarle la jubilación a la gente por más tiempo. Y a la vuelta de la esquina habrá que pagar la jubilación a los hijos del boom demográfico de los 60 y 70. Para colmo, la tasa de natalidad española llevo décadas por los suelos. Es un fenómeno generalizado en el mundo desarrollado. Pero podríamos pensar que al menos eso significa que los jóvenes que se incorporan al mercado laboral tienen menos competencia que mi generación y se colocan más fácil. Pues no. España es el país de Europa con el mayor porcentaje de jóvenes en paro.

Hoy en día, la mitad de los presupuestos generales del Estado en España se van en pagar pensiones y deuda. Y no sólo no tenemos un debate nacional sobre el inviable futuro de las pensiones, sino que recientemente el gobierno anunció que iba a mejorarlas. La verdad es que gobierno tras gobierno ha procurado mantener el poder adquisitivo de los jubilados a pesar de que se disparara la inflación o las sucesivas crisis económicas. No sé si hay algún estudio que compruebe si son efectivamente una masa de votantes disciplinados que acuden a cada cita electoral frente al pasotismo de los jóvenes generalmente apáticos y despolitizados. Pero parece que los políticos en España legislan para tener contentos a los jubilados mientras los jóvenes son abandonados al borde del camino.

Un día escuché en televisión a Teresa Rodríguez decir que proponer políticas natalistas era machista y que la solución pasaba por introducir más inmigrantes en España. Me hizo gracia el argumento porque me quedé pensando si eso significaba traer en un futuro lejano más inmigrantes para pagar la pensión de los que vengan en un futuro cercano. Más inmigrantes para para pagar la pensión de los inmigrantes que vinieron a pagar la pensión de los españoles. Y así hasta el infinito.

El problema no es exclusivo de España. Pero España es un caso particular porque lleva cuarto de siglo estancada económicamente. Algo de lo que habrá que hablar otro día. Pero me sorprende y alarma que los problemas estructurales del país (demografía, energía, industria…) no estén en el centro del debate y sí lo esté el separatismo de las regiones más ricas y la “batalla cultural”. Y estoy seguro que el día que algún político asuma el problema y decida recortar las pensiones y retrasar la edad de jubilación nos dirán que es un malvado neoliberal que quiere explotar a los trabajadores y odia a los abuelitos.

Puertas al campo

Parece que el gobierno español quiere lanzar una iniciativa para que los menores de edad no puedan tener acceso a la pornografía en Internet. No he visto que se hayan dado suficientes detalles cómo para entender cómo van a poner en marcha la medida, pero me genera mucha curiosidad cómo van a intentar algo tan complicado.

Lo primero que hace falta para regular la pornografía es definir qué es la pornografía. Parece un asunto sencillo hasta que intentamos ponerlo en papel para diseñar una ley o un algoritmo. Hay una anécdota famosa de un juez estadounidense que dijo algo así como «no soy capaz de definir la pornografía pero sé cuándo la tengo delante». Y ahí encontramos el primer problema. Mientras las imágenes explícitas con primeros planos de los genitales de una persona dándose placer o dos personas manteniendo relaciones sexuales son claramente fáciles de identificar como pornografía, hay una enrome zona gris donde veremos polémica y debate.

El siguiente problema va a estar en cómo establecer la regulación. Porque aquí no hablamos de establecer un control físico. Por ejemplo, salas de cine «X» o prostíbulos, donde se pueda impedir la entrada a menores y exigir el D.N.I. a la entrada. Hablamos de Internet. Con empresas registradas en paraísos fiscales y servidores ubicados en países exóticos. La ley se aplicará en España pero la pornografía en Internet es global.

Yo he encontrado páginas webs que impiden el acceso a usuarios europeos porque no quieren líos con la obligación de informar sobre las «cookies». Así que cuesta creer que todas las empresas dedicadas a la pornografía en el mundo vayan a adaptar su página web al sistema de identificación de usuario español, por lo que al final la responsabilidad va a recaer en los proveedores de Internet español. Y ahí está el meollo del asunto.

Va a ser más fácil para el gobierno español obligar a Telefónica, Vodafone, Orange, Jazztel y resto de empresas a que introduzcan un sistema de filtrado de pornografía, ya que suponen el cuello de botella en la navegación, que tratar de convencer a los grandes proveedores de pornografía que introduzcan cambios en sus servidores. Esto obligará a esas empresas a crear un sistema de filtrado que les permita detectar la pornografía. Pero eso nos remite al comienzo de nuestros problemas. ¿Cómo crear un algoritmo que detecte la pornografía y la filtre? Seguro que alguien va a invocar las ventajas de la Inteligencia Artificial.

Y llegamos al último problema. Supongamos que las empresas de telecomunicaciones españolas desarrollan un sofisticado algoritmo capaz de detectar con una fiabilidad superior al 95% contenido que todos estaríamos de acuerdo que es pornografía. Para acceder a ese contenido restringido, el usuario tendrá que hacer uso de su D.N.I electrónico para validar que es mayor de edad. Eso supondría que vamos a vivir en un país donde va a haber registros electrónicos de consumo de pornografía asociados a un número del Documento Nacional de Identidad.

No sé cuántos activistas libertarios van a dar la cara para evitar una ley así. Seguro que veremos argumentos del tipo «Perro Sánchez quiere saber qué ves en tu ordenador por las noches». Y seguro que pasado el tiempo veremos titulares del tipo «Un fallo informático permite acceder a las bases de datos de consumo de pornografía de los clientes de Vodafone en España».

El proyecto tiene tantos dilemas, dificultades y elementos de distopía ciberpunk que va ser interesante seguir el debate público y su recorrido parlamentario.

Los viajes del primer trimestre de 2024

Desde que aprendí a manejar Google Flights no he parado de buscar vuelos económicos a lugares interesantes. Sin olvidar que ofrece viajes en tren dentro de España, porque cuando encontré viajes en tren a Barcelona por 14 euros ida y vuelta compré uno para el sábado 20 de enero. Lo hice con meses de antelación sin saber bien qué haría allí. Llegaré a las 9:00 de la mañana y volveré a las 21:00.

De momento tengo entrada para visitar la Sagrada Familia. Sé que es una atracción turística pero supongo que alguna vez tenía que verla por dentro. Creo que también visitaré el Moco Museum, que parece otra trampa para turistas incautos pero asumo el papel de explorador que luego el cuenta al resto si merece la pena ir.

Y pasando de lo divino a lo profano, el martes 6 de febrero haré una escapada de 24 horas a La Coruña para ver la exposición sobre el fotógrafo Helmut Newton. La hija de Amancio Ortega ha montado una fundación que organiza exposiciones de fotógrafos vinculados al mundo de la moda y que no pasan por Madrid. Así que para allá que me iré.

Por último, 2024 es el año en que se cumple el 250º aniversario del nacimiento del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. Así que voy a viajar en algún momento de febrero o marzo a Hamburgo a ver la exposición especial que han organizado allí, reuniendo 60 cuadros y 100 dibujos del pintor.

La caída

El otro escribí sobre los orígenes de este blog y de cómo mis anteriores blogs personales respondieron a circunstancias personales diferentes. Este, en cambio, tiene la particularidad de que existido por tanto tiempo, más de doce años, que esas circunstancias han cambiado. Y soy capaz de notar de cómo el «espíritu de los tiempos» ha ido cambiando.

Esta blog nació en un momento muy oscuro de mi vida pero no quería emplearlo para hablar de mí mismo, sino de arquitectura, cine, música, televisión, etcétera. Por el camino fui reflejando mi perplejidad ante asuntos que flotaban en la cultura del momento, lo que me llevó a escribir repetidamente de la nostalgia por épocas pasadas y la fascinación por el retrofuturismo que aparecían reflejados en el mundo del diseño.

Puede que el concepto le resulte extraño a los jóvenes de la Gen-Z que han vivido la pandemia, la segunda invasión rusa de Ucrania y ahora asisten a la posible escalada en Oriente Medio. Pero hubo una época en que el futuro generaba esperanza. Me acuerdo de aquellos monográficos sobre el mundo del futuro de las revistas Geo o Muy Interesante. Me acuerdo del boom de las puntocom, nuestra esperanza puesta en Internet y aquel monográfico de la revista Wired titulado «The Long Boom» que compré en una estación de Alemania en julio de 1997.

Ahora sólo me apetece hablar de crisis y decadencia. Y no sólo del notorio estancamiento económico de España. Sino de la sensación colectiva de crisis en Occidente. No me atrevo a decir que estamos en la crisis definitiva, ni tengo claro cuál será la solución óptima. Pero parto de la ventaja de que este es un blog anónimo y puedo escribir con total libertad. Y eso ahora mismo es un lujo.

Eterno retorno

WordPress me avisó el otro día que hace 16 años creé este perfil de usuario. Considerando que arranqué a escribir este blog el 1 de septiembre de 2011 encontré extraña la brecha temporal. Luego caí en la cuenta que posiblemente creé el perfil para escribir otro blog ya borrado y desaparecido.

La secuencia temporal fue algo así: la noche del 29 de febrero de 2004 comencé mi primer blog, titulado «El Lobo Estepario«, cómo no. Fue la botella con mensaje lanzada al mar por un chico de provincias agobiado por la depresión y la soledad en Madrid. Por octubre de 2004 tenía cierta audiencia y había contado tantas cosas personales que decidí era hora de empezar de nuevo. Borré casi todo las entradas sobre asuntos personales y me centré en asuntos relacionados con mis intereses académicos, lo que me llevaría en mayo de 2005 a crear un blog específico que aún existe. Pero no pasó tiempo sin que sintiera la necesidad de crear un blog personal. No me acuerdo el nombre que le puse. Sólo sé que en aquel momento de mi vida necesitaba hacer balance autocrítico. Recuerdo escribir sobre mi pagafantismo, siendo honesto con mi estupidez e inmadurez. Aquellas entradas hablando de mi pasado no le hizo gracia a la novia que tuve entre 2005 y 2007, a la que le molestó que ella no fuera la protagonista de ningún relato personal. Yo siempre le dije que debía sentirse afortunada de no aparecer en aquella serie de ajustes de cuentas con mi pasado pero ella estaba convencido de que había ejercido con ella la «damnatio memoriae«.

Así llegamos a la fecha de enero de 2008. Según le consta a WordPress, yo cree un nuevo perfil. No tengo memoria del hecho, pero lo puedo relacionar con el hecho de que en octubre de 2007 aquella novia y yo rompimos por segunda y definitiva vez. Teníamos en aquel entonces algo que parecía más una situationship que otra cosa. Recuerdo que la llamé desde el velatorio de mi abuela materna para contarle que dada la situación estaba bien. Dada mi relación con aquella abuela, fue un hecho devastador. Pero quería transmitirle a aquella chica que seguiría adelante y que no tenía que preocuparse por mí. Entonces dijo algo así como «cuando vengas a Madrid, tenemos que hablar». Y yo entendí que lo nuestro había acabado.

Confieso haber cometido el error de haber entrado en el blog de aquella ya exnovia más de una vez después de la ruptura, encontrándome algún recado nada sutil para mí. Yo en cambio no estaba por la labor de jugar a ese juego y supongo que borré mi blog, que siendo anónimo era conocido por gente de mi entorno. Mi experiencia con los blogs anónimos es que aportan una enorme libertad para expresarte pero tarde o temprano escribes algo de lo que te sientes especialmente orgulloso o que ayuda a los demás a entenderte mejor, por lo que terminas compartiendo a más gente de lo debido. Hasta que llega el momento en que pesa como una losa saber que tienes entre tus lectores a muchos conocidos. Entonces borras y empiezas de nuevo.

Así que supongo que en enero de 2008, meses después de romper mi relación más larga hasta la fecha, comencé un nuevo blog. Creo que su título fue «Trazando Mapas«. En algún lugar debo guardar una copia en formato XML. Y juraría que llegué a rescatar algún texto para este blog. Al año siguiente conocí a alguien y empecé una relación que terminó a finales de agosto de 2010. Ella había dejado algunos comentarios en aquel blog. Y como en la anterior vez quería poder expresarme libremente sin sentir ninguna presión porque una expareja, con quien no terminaste en buenos términos, te lea.

Y finalmente llegamos al 1 de septiembre de 2011. Donde empezamos de nuevo. Y con una certeza. De que lo haría todas las veces que hiciera falta. Han pasado más de doce años completos y por el camino los blogs dejaron de estar de moda. Primero frente a una red social como Facebook y luego frente a otras como Twitter, Instagram y TikTok. Todo fue haciéndose más breve, inmediato, visual y superficial. Así que yo, que soy a estas alturas todo un señoro, me reconforta poder escribir libre y anónimamente. Apenas tengo interacciones con los lectores. Si es que hay alguien ahí fuera que me lea a estas alturas tras mucho tiempo sin publicar con frecuencia. Espero que 2024 sea un año en que lo haga de forma más frecuente.

Nils Frahm y Hania Rani

El lunes 20 de noviembre actuó en Madrid el pianista alemán Nils Frahm. Lo descubrí por una recomendación de un grupo de Facebook donde nostálgicos del mítico programa «Diálogos» que presentaba Ramón Trecet en Radio 3 comparten recomendaciones musicales. No podría decir la cantidad de veces que he escuchado su concierto en en el festival de Montreux de 2015. De eso hace ya ocho años, mientras que su último disco va por caminos más experimentales. Así que fui con cierta curiosidad al concierto del lunes sin saber qué nos encontraríamos.

Las acomodadoras insistieron mucho en que no se podía hacer fotos y grabar vídeo. Pero en Youtube me he encontrado que alguien subió una hora de concierto con los temas que sonaron en Madrid. Los días posteriores al concierto no paré de escuchar ese vídeo tratándome de revivir la sensación de maravilla que me dejó el concierto. La música de Nils Frahm es inclasificable y creo que perdería el tiempo tratando de poner en palabras cómo suena. Pero identifiqué su influencia en la pianista polaca Hania Rani a la que descubrí de chiripa gracias a las recomendaciones del algoritmo de turno.

El sello discográfico francés Cercle, especializado en música electrónica, se ha dedicado a producir actuaciones de músicos en lugares especiales. Y en el caso de Hania Rani, que se aleja bastante de la línea habitual del sello, actuó en Los Inválidos de París. La realización del vídeo es exquisita. Y como el concierto de Nils Frahm en Montreux, me temo que es absolutamente irrepetible. En este caso por todos los elementos que coincidieron en la grabación, incluyendo la colaboración del trío WhoMadeWho. El concierto de París se ha convertido en algo que no he parado de escuchar en bucle en 2023.

Y por fin viajé.

Hace poco hice un viaje por vacaciones fuera de España. Desde 2009 sólo había viajado por puro placer a Andorra en enero de 2020. Parece mentira que haya pasado tanto tiempo. Y fue toda una experiencia.

Yo hice mi primer viaje fuera de España por mi cuenta en 1997. En aquel entonces evidentemente no lo sabía, pero el mundo iba a cambiar profundamente en la siguiente década. A la vuelta de aquel viaje me creé una cuenta de correo electrónico en un servicio llamado HotMail, un juego de palabras con HTML, para estar en contacto con gente que conocí. Al año siguiente viajé a Finlandia y me sorprendió que hasta los adolescentes llevaban móvil. Eran los tiempos de los Nokia 5110 y 6110. Mientras tanto, yo llamaba a mi familia desde cabinas de teléfono y viajaba usando callejeros y guías en papel.

Recuerdo viajar con diferentes circunstancias con la mochila de acampada cargada hasta los topes, lo que se convertía en la forma más fácil de identificar a otros viajeros viviendo su aventura europea en tren. Cuando salías de la estación del tren rumbo al albergue juvenil y veías a otros mochileros por la misma calle o avenida tenías la pista de que ibas por buen camino. Recuerdo la sensación de euforia que generaba encontrar el hostal, tras haberte peleado con el mapa y sudado la gota gorda aplastado bajo la mochila.

No voy a romantizar el viajar por Europa a finales de los noventa. Nunca viví ningún romance fugaz como el protagonista de nuestra película de culto, “Antes de que amanezca”, ni hice amigos para toda la vida. Pero recuerdo la camaradería que se generaba en los andenes o vagones de tren y en los hostales o albergues juveniles con otros mochileros. Coincidías con gente de todas partes del mundo en las mismas circunstancias. Era la primera vez en tu vida que saludabas a alguien de algún país lejano o compartías algún truco o información relevante. Tengo la sensación de que todo eso cambió.

En mi último viaje pude usar el móvil y los datos como si estuviera en España sin ningún sobrecoste. Eso significó usar el GPS para orientarse, además de poder compartir fotos y vídeos en redes sociales y aplicaciones de mensajería. Esa experiencia ya la viví en mis últimos viajes antes del gran parón. Recuerdo estar en Estambul en un albergue chateando con mis amigos y tener una extraña sensación de que mi rutina diaria no había cambiado. Viajar ya no era un cúmulo de experiencias que atesorabas para compartirlas a la vuelta a un grupo de amigos ansiosos por conocer qué habías descubierto en el ancho mundo. Ahora cuando vuelves a casa, el viaje ya es agua pasada.

Confieso que cargué un portátil ligero Chromebook para no estar totalmente desconectado del trabajo durante el último viaje y me encontré que no fui el único. Veías en la recepción o en el comedor del albergue a otras personas mirando el correo u hojas de cálculo, porque para muchos no es imposible desconectar del todo. También vi a mucha gente teniendo videoconferencias. Llegué a encontrarme a una chica sentada en el suelo de un pasillo planchándose el pelo mientras hablaba con alguien en otro huso horario que no había salido de la cama.

La gran novedad de viajar en 2023 es que todo el mundo está conectado a una pantalla. No hablé con nadie en ninguno de los sitios donde me quedé. No lo busqué, pero estoy seguro de que hubiera sido violento si me hubiera dedicado a preguntar a la gente de dónde era y hacia dónde iba. Caí en la cuenta de que, si a finales de los noventa hablabas con otros viajeros en el tren, en los andenes de las estaciones, en los aeropuertos y en los albergues, era simplemente porque en aquella época no había otra cosa que hacer, más que leer tu guía de viaje o una novela. La gente se sentaba con una bebida en la cafetería o el comedor del albergue y buscaba la conversación con otros viajeros porque eso era parte del encanto del viaje, encontrar gente de lugares lejanos. Hoy, en cambio, interactuamos a diario con gente de otros lugares en las redes sociales. No hay nada exótico en contar que has hablado con un mexicano o un australiano.

Pero si creo que hay una gran novedad respecto a viajar a finales de los noventa y primeros años de este siglo son las expectativas. Hoy emprendes un viaje tras haberte convencido de que el sitio merece la pena después de ver decenas de reportajes, vídeos y fotos en las redes sociales. Es posible incluso que hayas visto vídeo de gente de tu país viviendo allí. El resultado es que uno no viaja para explorar un sitio, viaja para confirmar las expectativas creadas. Y lo que es peor, viajar parece convertirse en una carrera de orientación en la que uno tiene que pasar por los “diez sitios imprescindibles” en un tiempo dado. Y por supuesto, para los que odian el turismo de masas tienes las guías de viaje para moverte por el sitio como un lugareño o las listas alternativas de “sitios secretos”.

Por supuesto siempre hay lugar para la improvisación, para guardar el mapa y simplemente callejear descubriendo lugares y ambientes de forma completamente aleatoria. Pero siento que recuperar aquel ambiente de aventura implica hoy ir a sitios más lejanos, caros o peligrosos. O habrá que reinventar la forma de viajar. Pero de eso hablaré otro día.

Putodefender una España que a lo mejor no se lo merece

Descubrí al humorista argentino Enrique Pinti de pura casualidad. Alguien tituló mal un archivo .mp3, atribuyendo uno de sus monólogos de humor al grupo Les Luthiers en aquellos tiempos de descargas de archivos compartidos en Internet. No recuerdo cómo, averigüé quién era el artista que tanta gracia me hizo y entonces me hice muy fan.

En uno de sus monólogos explicaba cómo se fue Argentina a la mierda: “de a poco”. Y ahí, Enrique Pinti pasaba a relatar el deterioro físico de una persona que se hace mayor. Una larga y lenta decrepitud física que él comparaba con la decadencia de Argentina. No hubo un solo acontecimiento responsable. Fue una sucesión de pasos en el tiempo, algunos triviales.

Me he acordado muchas veces de ese monólogo ante los acontecimientos de España. Es posible que el país entró en un inevitable camino de decadencia y los historiadores del futuro no serán capaces de determinar el momento exacto en que España se fue a la mierda. Lo fácil sería prestar atención a la crisis financiera de 2008 y el proceso soberanista que llevó a la crisis de 2017. Pero de fondo tenemos los indicadores de deuda pública, el alto paro juvenil, la baja productividad, la desindustrialización y el invierno demográfico… Un país estancado económicamente cuyas empresas estratégicas están en manos extranjeras y que es irrelevante en la arena internacional.  

No creo que merezca la pena pararme a comentar los últimos acontecimientos en España. Hemos ido saltando de acontecimiento en acontecimiento que en un país normal hubiera hecho salir a la gente a la calle. Pero España es un país con un bajo nivel de afiliación a partidos políticos, sindicatos, asociaciones… Eso que se llama “sociedad civil”. Recuerdo un artículo de despedida del corresponsal de Financial Times de turno contando cómo en España la crisis financiera de 2008 no había disparado ni los delitos ni empeorado el carácter de la gente. España seguía siendo un país de gente tranquila y amable. Y en aquel entonces yo mismo me dije que precisamente la falta de una respuesta iracunda de la gente era un síntoma del país que teníamos y la causa de la falta de transformaciones estructurales.

Ahora tenemos una colección de ultraderechistas y personajes ridículos haciendo ruido en las calles de Madrid, lo que ha permitido a los medios y a mucha gente en redes sociales hacer bromas y despreciar el sentido de las protestas. Quizás lo que tenga que suceder sólo será un paso más de cómo España se fue a la mierda. De a poco. Y yo me pregunto en cada uno de esos pasos si a lo mejor España ni siquiera se merece un lamento. Que debemos asumir que el declive es inexorable y que se merece todo lo malo que le pase.

Despedí un fantasma en Barcelona

En el verano de 2022 viajé a Barcelona y nada más pisar la estación de Sants me pregunté qué iba a hacer si me hubiera encontrado con cierta exnovia. Yo he vivido en diferentes etapas de mi vida en Madrid y aquí me he cruzado, por pura casualidad y en distintas ocasiones, a gente de mi barrio, compañeros de mi antigua facultad y a personas de otras etapas de mi vida. Encontrar a una exnovia de pura casualidad en Barcelona era por tanto matemáticamente posible.

La cuestión aquel verano era que cada encuentro previo me había puesto un nudo en el estómago. Ella fue un herida abierta por largo tiempo. Recuerdo mi sobresalto cuando creí verla en el metro de Madrid al poco tiempo de haberme mudado a vivir a Madrid por primera vez, hace ya casi veinte años. No mucho tiempo después me volvió a pasar lo mismo en la estación de metro de Ciudad Universitaria, pero entonces me reí al caer en la cuenta de que su estética, su ropa y su corte de pelo que llamaban la atención en mi universidad de provincias era casi un uniforme estandarizado en ciertas facultades de la Universidad Complutense de Madrid. Pensemos que eran los primeros tiempos previos de la popularización de Internet en España y las distancias mentales desde cualquier región de provincias y Madrid eran mucho más grandes.

Yo intenté llevarme bien con ella durante bastante tiempo porque pensaba que sacar en limpio una buena relación justificaba todo el camino recorrido. Pero cada nuevo encuentro, que ella precedía de promesas de planes juntos que nunca se cumplían, me dejaba con una sensación de necesidad de compensar en un encuentro futuro las expectativas defraudadas. Un día descubrí el concepto económico de “coste hundido” y encontré la explicación perfecta para nuestra relación de amigos posterior a la nuestra relación de pareja. Yo seguía invirtiendo en una amistad fallida porque creía que ella me iba a compensar en un futuro próximo los agravios del pasado y lo único que lograba era acumular más decepciones.

Así que con mi mochila a cuestas por el andén de la estación de Sants me pregunté qué le iba a decir. Fui yo quien cortó el contacto y el que iba a tener que dar una explicación. Y me sorprendí a mí mismo pensando que me encogería de hombros si me hubiera preguntado al respecto. Recordaba su tono condescendiente conmigo cada vez que le hablaba de mis inquietudes e intereses. Supongo que ella se defendería ahora mismo diciendo que malinterpreté todo este tiempo su forma de expresar aprecio y afecto. Pero hace unos años algo hizo click en mi cabeza.

Fui siempre alguien de ideas fijas sobre lo que soñaba en la vida a pesar de que durante mucho tiempo parecía absolutamente inalcanzable. Imagino que para los compañeros de facultad o de trabajo que me escucharon hablar como el friki intensito que siempre fui les ponía ante un espejo donde tomar conciencia de sus expectativas limitadas. La salida fácil era tomarse a guasa oírme hablar de las horas que le dedicaba a seguir temas que no me generaban un beneficio inmediato.

Pensar que no me sentía obligado a explicarle nada de mi vida y que podría abandonar cualquier encuentro con ella sin contar cómo me iban las cosas fue liberador. Imagino que es un efecto secundario de que las cosas te vayan bien. Puedes mentir al respecto y no sentirme mal. Puedes permitirte entonces que la gente piense que sigues igual, chapoteando en el fango. Porque tú sabes que has llegado más allá de donde siempre soñaste. El lado negativo es que en Barcelona tuve la certeza de que tenía que haber cortado por lo sano mucho tiempo atrás.

Un día le propuse a un amigo un juego mental. Imaginando que los viajes en el tiempo son físicamente imposibles pero el envío de partículas parece que no, ¿sería posible algún día mandar un email al pasado? Así que aproveché la oportunidad para contarle qué le diría a mi yo del pasado a punto de comenzar a estudiar en la universidad en octubre de 1999. Mi amigo contestó sobre recomendarle a su yo del pasado invertir en una cosa llamada Bitcoins. Yo le conté que a ese yo del pasado le recomendaría cómo evitar los errores que cometí en la universidad en el ámbito personal. Había una idea triste de fondo en todo ello. Yo no tenía la más mínima idea de cómo lograr que mi yo del pasado triunfara socialmente. Sólo tenía consejos para evitar sufrimiento innecesario. Y uno de ellos era haber huido de ella.

Ahora me río imaginarme siendo presentado a una chica de 18 años que en su primer año de universidad presumía de estar de vuelta de todo en la vida y pretendía darle enjundia intelectual y existencial a los típicos daddy issues de chica de clase media empeñada en pisar todos los charcos que cabrearan al papi conservador de turno. Años después, precisamente en un encuentro en Barcelona, me contaría que se sentía atraída «por los cabrones que le arrastraban en su espiral autodestructiva». Creo que fue una buena pista para salir corriendo que llegó demasiado tarde.

Aproveché el viaje a Barcelona para ver en el Museo Nacional de Arte de Cataluña una exposición de obras de Turner. Al salir, viendo Barcelona desde la terraza frente al museo, me acordé de Loquillo cantando «Y ahora estoy aquí sentado / en un viejo Cadillac de segunda mano / junto al Merbeyé, a mis pies, mi ciudad…». La canción hacía referencia a las alturas del Tibidabo, en la otra punta de la ciudad. Y también expresaba nostalgia. Yo estaba en una ladera de Montjuic y no sentían nostalgia ninguna. Pero a mí me valió. Me la puse a todo volumen en los auriculares y bajé de allí con la sensación de haberme despedido de alguien para siempre.