Música zen contemporánea

La banda sonora de «Akira», sin duda uno de los largometrajes de animación más influyentes de la historia del cine, me impresionó de tal forma que aún a día de hoy la sigo escuchando y la asocio a momentos personales muy concretos. Como la muerte de mi compañero de habitación del hospital, una historia que creo no he contado nunca a nadie.

El tema «Shohmyoh» fue uno de los que más huella dejó. Mi fascinación por la música minimalista con sus infinitas iteraciones encontró un hueco en las recitaciones de los mantras budistas.

Recientemente, gracias las casualidades que provoca el algoritmo de Youtube imagino, encontré al monje zen japonés Yogetsu Akasaka que combina los recitados de los mantras buidstas con las capas de beatboxing y voz que le permiten generar una estación de loop Boss RC-505. Así, suena su versión del sutra del corazón.

A partir del descubrimiento de Yogetsu Akaska seguí buscando más música de monjes zen japoneses. Y así descubrí a Kanho Yakushiji, con una aproximación más convencional. Lo mismo lo podemos ver con un conjunto de cámara, que con músicos de jazz o bailarines contemporáneos. Aunque en la siguiente versión del sutra del corazón el acompañamiento es simple pero efectista.

El recitado del Sutra del Corazón dice, en la traducción de José Silvestre Montesinos:

Avalokiteshvara, el Bodhisattva de la Compasión, meditando profundamente sobre el Entendimiento Perfecto (Prajnaparamita), descubrió que los cinco aspectos de la existencia humana estaban vacíos, liberándose de este modo del sufrimiento.

En respuesta al monje Sariputra, dijo lo siguiente:
El cuerpo es tan solo vacío, el vacío no es más que el cuerpo. El cuerpo está vacío, y el vacío es el cuerpo. Los otros cuatro aspectos de la existencia humana: sentidos, pensamientos, voluntad y conciencia, también están vacíos, y el vacío los contiene. Todas las cosas están vacías: Nada nace, nada muere, nada es puro o impuro, nada aumenta o disminuye.

Así pues, en el vacío, no existe el cuerpo, ni las sensaciones, ni los pensamientos, ni la voluntad, ni la conciencia. No hay ojos, ni oídos, ni nariz, ni lengua, ni cuerpo, ni mente. No hay sentido de la vista, ni del oído, ni del olfato, ni del gusto, ni del tacto, ni de la imaginación. Nada puede verse o escucharse, olerse o gustarse, tocarse o imaginarse.

No existe la ignorancia, ni el fin de la ignorancia. No existen la vejez y la muerte, ni el fin de la vejez y la muerte. No existe el sufrimiento, ni la causa del sufrimiento, ni el fin del sufrimiento, ni un camino a seguir. No existe el logro de la sabiduría, ni ninguna sabiduría que lograr.

Los Bodhisattvas confían en el Entendimiento Perfecto, y, libres de todo engaño, no sienten ningún miedo, disfrutando del Nirvana aquí y ahora. Todos los Budas, pasados, presentes y futuros, confían en el Entendimiento Perfecto, y viven en la iluminación total.

El Entendimiento Perfecto es el mejor mantra. El más lúcido, el más elevado, el mantra que elimina todo sufrimiento. Ésta es una verdad fuera de toda duda.

Dilo así:
Gaté,
gaté,
paragaté,
parasamgaté.
¡Bodhi!
¡Svaha!

El mantra, traducido del sánscrito, significa:

Partir. Partir. Partir a lo alto. Partir a lo más alto. ¡Despertar! ¡Así sea!

Cuatro grandes temas de Coke Studio Pakistán

Coke Studio es un programa musical de televisión que apareció en Pakistán en 2008. La idea era simple: unir a músicos y cantantes de regiones, etnias y estilos diferentes para actuar en directo en un estudio. En unas ocasiones artistas pop versionan temas tradicionales. En otras artistas tradicionales son acompañados de bases electrónicas e instrumentos eléctricos. En todos los casos la fusión es perfecta. Y en algunos casos es espectacularmente brillante

El éxito del formato llevó a ser replicado en la India, que fue la vía por la que yo descubrí el programa. Desde aquel entonces he pasado temporadas en que no he parado de escuchar temas de las versiones india y pakistaní de Coke Studio, guardando en una lista de Youtube que tiene ya más de 50 entradas mis vídeos favoritos.

Hoy quiero compartir aquí cuatro temas de la versión pakistaní de Coke Studio que me parecen sublimes. El primero es una versión musicalizada de un poema en farsi de Jursan Amir, polímata indio que vivió entre los años 1253 y 1325 de nuestra era y al que se le considera padre del qawwali, la música devocional sufí característica del subcontinente indio. «Jabaram Rasida» es un poema de amor que en la tradición del qawwali, al igual que el Cantar de los Cantares, se puede interpretar como una metáfora del amor a Dios y el deseo de unión con la divinidad.

«Noticias me han llegado esta noche, oh mi bella amada, de que vendrás. Que mi cuello sea sacrificado en el camino por el que vienes cabalgando».

Lal Shahbaz Qalandar fue un místico sufí que nació en Afganistán y vivió entre los años 1177 y 1274 de nuestra era. Fue un místico sufí itinerante que predicó la tolerancia religiosa. A su muerte su tumba en Sehawan (Pakistán) se convirtió en un lugar de peregrinación para los musulmanes y su figura recibió también la devoción de los hindúes. Jursan Amir compuso en su honor un poema que con diferentes añadidos llegó a nuestra época como una canción, «Dama Dam Mast Qalandar«, que es hoy un clásico popular en India y Pakistán .

En la siguiente versión se combina la voz de Qurat-ul-Ain Balouch con Akbar Ali a los coros y el recitado del poeta y cantante Arieb Azhar. A destacar Shehroze Hussain al sitar y Aahad Nayani a la batería en una actuación que suma 25 artistas en el estudio.

Bulleh Shah fue un filósofo, místico y poeta punyabí que vivió entre 1680 y 1757 de nuestra era. A él se debe algunos añadidos al poema de Jursan Amir sobre Lal Shahbaz Qalandar. El siguiente tema es un poema suyo que toca una de los temas universales del misticismo: la búsqueda de la iluminación y la lucha contra el propio ego.

Has estudiado para convertirte en un sabio académico
pero nunca te molestas en aprender sobre tu propia alma.
Corres rápido para entrar en el templo y la mezquita
pero nunca te molestas en entrar en tu propio corazón.
Luchas contra Satán cada día
pero nunca luchas contra tu propio ego.
Bulleh Shah, estás obsesionado con alcanzar lo que está fuera de tu alcance
pero nunca te molestas en alcanzar el tesoro que tienes en casa al alcance de tu mano.

En el último tema repiten los hermanos Ali Noor y Ali Hamza, que forman la banda punyabí Noori, uno de los exponentes del rock sufí pakistaní. Les acompaña su madre a la vina, un instrumento tradicional de cuerda.

Música de mierda

Hay una constante en mi vida. En distintos momentos y lugares alguien se ha dirigido a mí para comentarme con sorna que la música que me gusta y estaba en aquel instante escuchando a oídos de todo el mundo era «música de mierda».

Me ha pasado escuchando desde una sinfonía de Beethoven a Loreena McKennit. Y no me sucedió rodeado de rudos camioneros y toscos obreros. Me ha pasado rodeado de personas con estudios universitarios y trabajos cualificados.

Mi reacción ha ido variando a lo largo del tiempo. Hubo veces que me afectó profundamente, como una ofensa que resumía en aquel desprecio ignorante toda mi vida en un instante. Otras me resultó divertido como lo son los chistes realmente malos. Me resultó divertido lo atrevido de la ignorancia.

En los últimos años he repetido varias veces la broma de compartir en Facebook un vídeo musical que acababa de descubrir con emoción y lo anunciaba sabiendo que nadie reaccionaría porque mis gustos no son compartidos. Y alguna que otra vez dije que mi vocación frustrada era la de locutor radiofónico al estilo de Ramón Trecet y su programa Diálogos en Radio 3. Así que he decidido que voy a grabar un podcast sobre la música que me gusta.

«Música de mierda» fue el primer título que se me ocurrió. Un gran escupitajo rencoroso al mundo. Pero creo que la ironía no sería entendida por muchos. También pensé en algo así como «La música del Lobo Estepario». Incluso pensé en otra referencia a la novela de Herman Hesse: «No para cualquiera».

La verdad es que no sé qué nombre le voy a poner al programa. Tengo pensado los contenidos de los tres primeros. Espero empezar pronto.

Anoushka Shankar y Manu Delago en estado de gracia.

Ravi Shankar fue el más célebre intérprete de sitar del siglo XX. Salvando las distancias, podríamos decir que ocupó un lugar parecido a Paco de Lucía en la historia de la música de su país. Fuera de las fronteras del país se le percibía como un exponente de las esencias clásicas de su música mientras que localmente había sido un renovador y un experimentador.

Ravi Shankar tuvo dos hijas que han llegado lejos en el mundo de la música: Norah Jones y Anoushka Shankar. Esta última siguió su estela y se convirtió en intérprete de sitar. Escuché algunas de sus interpretaciones sin prestarle verdadera atención hasta llegar al concierto en el festival de Glastounbury en 2017.

Durante casi una hora, Anoushka Shankar desgrana el repertorio de su disco Land of Gold, destacando la segunda mitad del concierto con la interpretación de «Crossing the Rubicon» y especialmente con «Reunion». En esta última canción ella y el percusionista Manu Delago entran en estado de gracia. Alguien se ha molestado en extraer el fragmento de esa canción.

Rosalía es un espejo en el que incomoda mirarse

En el verano de 2017 me descubrieron a la artista Rosalía, así que me alegro el estallido de su carrera en el último año. Su popularidad ha generado ya el efecto adverso y circulan bromas de que una se la encuentra hasta en la sopa. Leí a alguien en Twitter decir que Rosalía «antes era alternativa y ahora es obligatoria». No es que haya hecho mucho caso a las polémicas, pero he visto que el debate ha tocado varios aspectos. Desde el reproche a la joven promesa que tan pronto alcanza la fama firma contratos con grandes firmas a la indignación identitaria posmoderna ante una paya que introduce en su música y en sus vídeos elementos de la cultura gitana («apropiación cultural»).

La verdad es que no le había hecho mucho caso a todo este asunto. Su primer disco (voz y guitarra) me llamó más la atención que este último, conceptual y experimental. Pero a todo esto me encontré con un vídeo del divulgador musical Jaime Altozano,  que en su canal de YouTube destripaba el disco desde la perspectiva de su calidad musical.

Otro día habrá que hablar de cómo la blogsfera está muriendo y YouTube se ha convertido en el centro neurálgico de la crítica cultural. Pero me quiero quedar con una reflexión muy concreta de Jaime Altozano. Cuenta cómo en un viaje a Londres se quedó pensando en cómo todos sus ídolos y personajes de referencia pertenecían al mundo anglosajón. Estados Unidos o Reino Unido eran los lugares donde pasaban cosas  y donde se reflexionaba y creaba sobre los temas que nos interesan. Los españoles éramos, en cambio, meros consumidores pasivos de todo aquello que surgía en otros lugares. Sin embargo, el éxito internacional de jóvenes promesas españolas está cambiando todo eso.

Pero hay una reflexión más de Jaime Altozano que me pareció interesante. Él, como contó en un vídeo, ha sido un autodidacta dentro de una generación que ha crecido con las posibilidades ilimitadas de Internet. Desde la programación de videojuegos a la edición musical, Internet está lleno de tutoriales gratuitos y abiertos. Así que la posibilidad de crear cosas y hacerlas llegar a un público infinito nos quita excusas. Evidentemente hay mil razones por las que unas personas triunfan y otras no. Pero Jaime Altozano se pregunta si esa inquina contra una artista española que ahora es global incomoda a muchos porque nos obliga a encarar a nuestras limitaciones en un terreno de juego que es ahora más horizontal.

 

De ley

Hacía mucho que no escuchaba algo que me impactara como lo hizo la canción «De Plata» de Rosalía, una artista que viene de la pureza del cante y ha dado saltos a todo tipo de mestizajes sin complejos precisamente porque le respaldan los avales del arte clásico. Hay algo primario y salvaje en «De plata».  Corrí a Amazon a comprarme el disco.

Escuchando mal música mala

Soy de la generación para la que tener un equipo de música era una aspiración. Hablo no de las mini cadenas, sino de los equipos que incluían amplificador y ecualizador como elementos separados que se apilaban en muebles dedicados. Yo tuve una minicadena Pioneer con reproductor de CD y doble pletina de casette. Me la compré durante la adolescencia. Y quedó atrás cuando me fui de casa después de la universidad. A partir de aquel entonces toda la música la escuché a través de los altavoces del portátil, de dos altavoces Creative Labs conectado al portátil, de un reproductor MP3 o del móvil. Para colmo, mucha de aquella música estaba descargada de Internet con un ratio de muestreo bajo. Es decir, jamás volví a escuchar música en condiciones óptimas.

Resulta que el fenómeno es generalizado. El oyente medio de música lo hace en condiciones subóptimas. Pero no importa. La calidad de las grabaciones ha caído en picado. Las casas discográficas han entrado en una guerra de decibelios para que su música suena más alta, sacrificando rango dinámico por el camino. Así que todas esas quejas de que ya no hay música como la de antes tiene una base de razón.

Daniel Zamir en concierto

Llevo meses escuchando una y otra vez el concierto de Daniel Zamir en la edición de 2013 del festival jazzahead de Bremen.  Daniel Zamir toca el saxofón soprano y actuó en aquella ocasión acompañado por Omri Mor (piano), Gilad Abro (contrabajo) y Amir Bresler (batería). A Omri Mor y Amir Bresler los había visto, por cierto, formando trío con Avishai Cohen. Algo tiene el jazz israelí, sin duda. El penúltimo tema es apoteósico.

 

Karam

Conocí la música de Tolga Sağ hace más de diez años y sólo hace poco tuve conocimiento de su padre, que resulta que es un músico y poeta importantísimo en Turquía. Llevo días enganchado con su versión instrumental de «Karam». Tras un arranque lento e improvisado, Arif Sağ se pierde en las cuerdas del bağlama en una exhibición de virtuosismo. Sólo hay que ver cómo le cambia la cara a su hijo durante la interpetación.