Pan-balkanika

Maja Vasiljevic presenta en Radio 3 un estupendo programa sobre música balcánica llamado «El Este». En alguna ocasión ha incursionado musicalmente en lugares como Rusia, el Cáucaso, Turquía, Egipto y Pakistán. Sin embargo, sin salir de la Península Balcánica ya ha me tocado dos de mis fibras sensibles. La primera fue con la música religiosa ortodoxa. Así me dio a conocer a Divna Ljubojevic, a la que no paro de escuchar en vídeos de Youtube. Y el programa del 10 de marzo lo dedicó a la música gitana de los Balcanes, puro nervio de metales cacharreros que evocan vitalidad. Pero lo que más me ha gustado ha sido una versión instrumental de la canción «Piravelo Mile» con ese clarinete entregado a un «abandono melancólico».

El Este – Pan-balkanika – 10/03/12

O mía o de nadie

En una de esas visitas nocturnas a la nevera en la que haces una pausa en el ordenador, terminé viendo una tertulia de Intereconomía. Mientras me comía un yogur hablaban de una región española periférica de cuyo nombre no quiero acordarme. Los tertulianos hablaban con condescendencia y un tanto de desprecio a la gente de aquel lugar desde el nacionalismo español. Eso es algo que nunca he entendido. Los nacionalistas españoles no tienen un discurso sobre la fraternidad hacia todos los españoles mientras simplemente critican a los nacionalistas periféricos. Su nacionalismo es de corte «imperialista». España es la Meseta y el resto, «tierra conquistada». Sorprende el desprecio que profesan al que no habla en castellano mesetario. Cualquier manifestación cultural particular es un bárbaro atavismo. Cuando se discute sobre la independencia de Cataluña proponen responder a tal eventualidad con un boicot a los productos catalanes y el veto a la entrada como estado miembro de la Unión Europea. El nacionalismo es una patalogía de hombre maltratador.

Un arrebato

El fin de semana pasado me dejé llevar por la pulsión consumista y tecnofetichista. Tenía el ojo echado a las Canon Ixus 220HS e Ixus 230HS, ahora que ya está hackeado el firmware de la primera. Y se cruzó por el camino una tonta cámara bolsillera de 80 euros con gran angular de 26mm., zoom 5x, luz de ayuda al enfoque, vídeo 720p HD, segunda batería, funda y atención al siguiente detalle: Una pantalla delantera para ayudar en los autorretratros. Les presento a la Samsung PL-120.

Y sí, se ven en esa imagen dos chicas en la pantalla delantera porque ¡Samsung considera en su publicidad que es una cámara para chicas! Debe ser que salir bien en los autorretratos es una preocupación femenina. Pero yo me he dado cuenta que desde que cargo mi cámara réflex no tengo ni una sola foto buena de mí mismo. Así que ahora llevaré la Samsung, que no ocupa ni pesa, en un bolsillo para poder tener alguna foto mía.

España en terapia de shock

Hay una serie de verdades establecidas sobre la actual crisis en España que son simplemente mentira. El Estado del Bienestar y la descentralización de las Comunidades Autonómicas son, al parecer, una pesada carga de la que hay que deshacerse. Se avanza en el desmantelamiento del primero. La realidad es que la deuda en España es principalmente privada. Quien tiene deudas son las empresas y particulares. Así no hay gasto. Las empresas no invierten y los particulares no compran cosas. Por tanto, el Estado recauda poco vía impuestos porque el tanto por cierto que se lleva de la renta de personas y empresas es mucho menor con la crisis. Con menos gente en las calles comprando, la recaudación vía impuestos indirectos (como el I.V.A.) es menor también.

La solución planteada es reducir el gasto público con medidas como tener menos empleados en los hospitales o colegios sin calefacción, a la a vez que se aumentan los ingresos mediante los impuestos. Pero es que el problema está en otra parte. En España el Estado recauda poco vía impuestos comparado con el resto de Europa. Pero no porque los impuestos sean más bajos, sino porque quienes ganan mucho pagan poco gracias al fraude y las triquiñuelas.

Así que las recetas del Partido Popular para salir de la crisis son la solución equivocada a un problema que no existe. O no.

La ciencia ficción habla del presente

Creo que tenía 14 ó 15 años cuando en la universidad local se organizaron unas jornadas sobre Ciencia Ficción. Eran unas conferencias por la mañana a las que no fue nadie. Estaban tres o cuatro personas del Aula de Cine y el conferenciante, Miquel Barceló. Fue un chasco. Allí nadie hablaba héroes del espacio, tecnología avanzada y razas alienígenas. Un muermo para nosotros. Se pusieron a hablar del contexto social de la ciencia ficción (ZZzzzz…). De cómo, por ejemplo, en los años 50 con la paranoia sobre la infiltración comunista en Estados Unidos en la ciencia ficción se volvió común el tema de los «invasores de cuerpos». Esas películas en las que el vecino parecía llevar una vida normal pero en realidad su cerebro estaba siendo controlado por una raza alienígena invasora.

La idea en sí quedó en mi cabeza. Y tras el 11-S fue evidente que la historia subyacente en la ciencia ficción catastrofista que apareció en Estados Unidos era que nuestras vidas habían cambiado para siempre y que ni siquiera podíamos estar a salvo en el más tranquilo lugar del mundo desarrollado. Sea Jericó, Galáctica o Falling Skies, el tema es el mismo: La vida tras el 11-S. Y entonces llegaron los zombies. Tantos que hasta hubo lugar para la consolidación de un canon o la parodia.

Podíamos entenderlo como una prolongación del catastrofismo post-11S pero el mundo de los muertos vivientes va mucho más allá en una sociedad consumista y alienada. Incluso mucho antes el sociólogo Ulrich Beck hablaba de «categorías zombie» como «un marco conceptual vivo-muerto que procede del horizonte de siglos precedentes».

Jorge Jiménez habla del capitalismo zombie, industria zombie, empresas zombie y hasta de publicidad zombie en un mundo donde la única salida es hackear la realidad.

La moral es para los pobres

En un documental sobre el jefe de un banda de crimen organizado salió un periodista que había publicado en su periódico fotos en exclusiva en las que se veía al personaje con su familia y los miembros de su banda en su boda. El tipo se puso en contacto con el periodista y le dijo que era «un hijo de la gran puta» pero reconocía que había tenido el detalle de tapar en las fotos la cara de sus hijas. Sólo por eso se ganó su respeto. Y contaba el periodista que a partir de ahí se había fraguado una cierta relación que le había permitido conocer mejor al otro. «Tiene más principios que gente con la que te llevas bien y luego te la clava por la espalda», dijo.

«Honor entre ladrones». «Pobre pero honrado». Jamás he escuchado hablar de honor entre banqueros o corredores de bolsa. La moral sigue siendo algo para los pobres y marginales.