Ups, pasó otra vez

Peter Boghossian y James Lindsay han perpetrado un nuevo «Sokal». Redactaron un artículo académico lleno de logorrea posmoderna con citas a obras inexistentes y lo han colado en una revista académica llamada Cogent Social Sciences. El artículo se titula «El pene conceptual como constructo social» y sostiene que el pene no debería entenderse como un órgano anatómico, sino como un constructo social. Exactamente los autores dicen «un constructo social altamente fluido y performativo de género».

Los autores afirman que redactaron los párrafos más absurdos y vacíos posibles para crear un artículo que jamás debió ser publicado por una revista pretendidamente académica. Se contradijeron en el texto a posta, introdujeron expresiones de la jerga post-estructuralista de forma aleatoria y llegaron a culpar al pene «conceptualmente» del cambio climático. Para colmo usaron citas extraídas del «Generador Posmoderno», un algoritmo que genera aleatoriamente textos posmodernos.

Cogent Social Sciences parece ser una de esas revistas académicas cajón de sastre que cobran por publicar. Así que no estamos tanto ante un problema de revistas posmodernas que publican boberías, sino ante prácticas deshonestas. Pero que un artículo así recibiera comentarios positivos de los revisores indica que el mundo académico posmoderno funciona bajo la Ley de Poe. Las parodias son indistinguibles de la realidad.

La culpa de todo la tienen los milenials

«Stabmaster Arson» ha hecho un hilo en Twitter con una recopilación de titulares que anuncian la crisis de productos y la desaparición de prácticas sociales por culpa de los milenials.  Son titulares que enuncian preguntas del tipo «Have millennials killed…?» o afirman rotundos «Millennials have killed…/are killing…»

Resulta que los milenials han acabado con el mundo de la modacon el comercio al por menor. Y es que los expertos en publicidad encuentran que los grupos de discusión ya no funcionan también por culpa de los milenials. Así no hay forma de preparar campañas.

Y así, el resultado es que hay productos cotidianos en riesgo de desaparecer por su culpa. Los milenials, están acabando con las pastillas de jabón y con los pañueños de papel. También son responsables de haber hundido los cines. Y hay deportes en crisis o camino de la ruina por culpa de los milenials, como el deporte de correr y la industria del golf. Y podrían en un futuro acabar con el fútbol americano.

No hay nada que resista a los milenials. El mundo se pone patas arriba. Están acabando con las relaciones de pareja, por lo que la institución del matrimonio está en crisis también por culpa de los milenials. La obsesión de los milenials con el trabajo ha acabado con las vacaciones pero su desdén por la manera tradicional de hacer las cosas ha acabado con el horario de oficina.  Pero también, esa manera diferente de hacer las cosas ha acabado con el desayuno, el brunch, el almuerzo y hasta las cenas en pareja. Saltándose tantas comidas, claro está, el resultado es que los milenials están acabando con la industria alimentaria.

Pero nada se compara con sus mayores víctimas. Los milenials acabaron con la Unión Europea, acabaron con el sueño americano y acabaron con la democracia.

La Académica Inquisición

Lo planteé recientemente a propósito de una entrevista a Rachel Dolezal, la mujer blanca que se hacía pasar por negra. Su caso resultó ser el de una blanca atraída por el exotismo africano de las portadas del National Geographic y causó consternación entre la comunidad negra estadounidense. Que alguien se identifique como negro sin serlo sólo puede ocurrírsele a un blanquito de clase media que no se entera.

Pero dejé la cuestión ahí. ¿Cómo negar el derecho a alguien a identificarse con una identidad cultural si la propia izquierda posmoderna defiende el derecho a expresar libremente la identidad sexual? ¿Quién decide quién es negro sin entrar en el terreno de la racialización de la identidad étnica o la carga genética? Es decir, ¿sería Rachel Dolezal una «negra nacida en el cuerpo equivocado»?

David Chappelle se adelantó al debate con su sketch «Racial Draft», en el que representantes de distintas comunidades eligen personalidades de otros grupos o a personas multiétnicas. Así, los judíos reclaman para sí a Lenny Kravitz (de padre judío y madre negra) y los asiáticos a Wu Tang Clan (raperos negros que hacen muchas referencias a la cultura oriental) Y por el camino se negocia la identificación de Eminem y Collin Powell como blanco o negro.

La duda que me planteaba entonces ha sido resuelta de forma expeditiva recientemente.  Rebecca Tuvel,  profesora asistente del Rodhes College en Memphis, tuvo la ocurrencia de mandar un artículo a la revista académica de filosofía feminista Hypatia planteando que la transracialidad debería ser tan legítima como las transexualidad. El artículo pasó el comité de evaluación y fue publicado. Digamos que no fue muy bien acogido. Aparte del linchamiento en las redes sociales, 500 académicos firmaron una carta denunciando el artículo. La revista Hypatia, cómo no, se echó atrás y publicó una disculpa en la que anunciaba que revisaría sus criterios de publicación para en un futuro darle más voz a personas transexuales y de color.

Alguien contactó a Rebecca Tuvel para entevistarla para el Wall Street Journal. Pero cuenta que Tuvel, llorando, rechazó la entrevista y le contó que temía haber quedado tachada en el mundo académico.

Abogados del diablo

Hace poco, Alex Jones, un personaje de la alt-right estadounidense, tuvo que pasar por el juzgado por la disputa con su ex-mujer por la custodia de las hijas en común. El abogado de la ex-mujer se limitó a poner vídeos donde Alex Jones aparecía en InfoWar.scom hablando como un telepredicador apocalíptico para argumentar que era un desequilibrado mental. El abogado de Jones le defendió diciendo que su figura pública era un personaje. Que él en realidad no piensa realmente las barbaridades que suelta y que su personalidad extrema es puro teatro para dar espectáculo a la audiencia.

El argumento me parece una salida cobarde de alguien que ha defendido ideas perversas. Jones mantuvo que la matanza de Sandy Hook, en la que veinte niños de seis y siete años fueron tiroteados en un colegio de primaria, nunca existió. Fue la respuesta de los defensores de la libre tenencia de armas ante el temor de nuevas leyes restrictivas respaldadas por una opinión pública conmocionada. Según los impulsores de la teoría conspirativa, allí no murió ningún niño y los padres afligidos que salieron en los medios eran todos actores contratados. La difusión de la teoría de la conspiración generó una campaña de acoso y amenazas de muerte contra los padres. Uno de esos padres, Leonard Pozner, decidió salir a la luz pública para combatir a los acosadores y desde entonces tiene que cambiar de domicilio constantemente.

Jones perdió el juicio y quedó en manos de la madre autorizar las visitas del padre. Me gustaría pensar que algún día Jones pagará todo el daño que ha hecho. Requiere de un tipo siniestro de maldad lanzar mentiras a sabiendas con el propósito de tener un impacto en la opinión pública. Y si hay un medio que destacó en ello en Estados Unidos, antes de la aparición de la alt-right, fue Fox News. El año pasado su presidente tuvo que dimitir tras varias acusaciones de acoso sexual. Cuenta Jon Stewart que su encuentro con él fue lo más parecido al diálogo con la muerte en El Séptimo Sello  de Bergman. Este año el que ha caído es Bill O’Reilly, presentador estrella de Fox News. A la vuelta de las vacaciones no se le renovó el contrato mientras se acumulaban las demandas por acoso sexual, que fueron resueltas fuera de los tribunales. ¿Quién iba a pensar que en un canal famoso por su sensacionalismo y la hipocresía de su línea editorial sus figuras más destacadas eran unos viejos babosos?

Simas de odio

Hace no mucho descubrí qué había sido de una chica que conocí en el año 2006, cuando tener un blog era algo relevante. Coincidí en Madrid varias veces con ella en los encuentros de una red de blogs en la que participábamos ambos. Y en uno de sus viajes a Madrid, conocí a su novio. A mí me terminaron purgaron de la red de blogs y le perdí la pista. Diez años después, me enteré que se casó con su novio y resultó ser un maltratador. Se divorció de él tras un proceso doloroso que le marcó profundamente y por el camino se convirtió en una feminista lo suficientemente conocida para tener hordas de trolls acosándole continuamente.

Internet está llena de gente odiosa. Tanto como para merecer la pena dedicar tiempo a rebatir sus ideas o exponer sus miserias. Pero el grado de inquina e insistencia de los ataques de los trolls que ella ha sufrido demuestran la existencia de una sima de odio profundo que anida en muchos hombres. No deja de sorprenderme lo atacados que se sienten algunos por las mujeres que cuestionan el orden establecido y esa necesidad que sienten de hacerles la vida imposible. ¡Gorda! ¡Puta! ¡Fea! ¡Malfollada! Evidentemente canalizan la frustración de una vida sexual y afectiva llena de carencias, tratando de sentir así algún tipo de poder sobre una mujer.

Descubrir ese mundo de hombres que odian tanto me resultó inquietante. Hay un mundo ahí fuera de gente muy siniestra dispuesta a hacer daño a otros del que no tenía ni la más remota idea de su existencia. Y porque demuestra el nivel de resistencia que algunos hombres ponen a tener que revisar sus valores y su comportamiento.

Y Pablo Iglesias acabó con Podemos


Nadie puede acusar a Pablo Iglesias de haber ascendido de tertuliano televisivo a líder político manteniendo una agenda política oculta. En eso fue siempre sincero y directo. Él siempre expresó su intención de convertir a España en una república bananera. Y lo dejó bien claro para quien se molestó en escuchar sus conferencias en universidades españolas y fiestas políticas antes de fundar Podemos. También puso sobre la mesa su estrategia. Se trababa de montar un catch all party que apelara al votante cabreado y asqueado con la política española. Por tanto, había que renunciar al lenguaje y a los símbolos de izquierda para poder captar votos entre las señoras mayores que van a misa y los obreros que se ofenden cuando insultan a la nación española. Incluso renunció al discurso antimilitar y al A.C.A.B., argumentando que ahí había una masa enorme de funcionarios cuyo voto había que conquistar.

Tampoco ocultó su estrategia mediática. Se trataba de acudir a cada tertulia televisiva con la preparación de quien va a disputar una pelea por el título de los pesos pesados. Se encerraba con sus colaboradores, que le preparaban dosieres con los temas y luego actuaban de sparrings para entrenar respuestas. «La cuestión no es si un diputado de mi partido ha sido detenido tras violar a un niño refugiado sirio en su coche oficial, donde guardaba tres linces ibéricos muertos en el maletero, o no. Aquí de lo que tenemos que hablar es de que hay millones de españoles que no llegan a fin de mes por culpa de las políticas neoliberales del PP y PSOE…» Enfrente tenía a periodistas acostumbrados a que las tertulias televisivas fueran el partido de fútbol de solteros contra casados. Y, claro está, Pablo Iglesias brillaba dando voz al español cabreado.

La idea de Podemos era aprovechar la ventana de oportunidad que había creado la crisis. Pero esa ventana, no lo sabíamos, tenía fecha de caducidad más temprana de lo prevista. Los indicadores macroeconómicos empezaron a recuperarse y, al tiempo, los centros comerciales volvieron a estar llenos, si nos atenemos a lo complicado que se ha vuelto encontrar últimamente aparcamiento en el Carrefour y el Ikea. Pero sobre todo, el problema es que el hechizo se rompió tan pronto Podemos pisó escaño y moqueta.

El partido del chico cabreado que prometía poner todo patas arribas dejó de ser una promesa abierta a la imaginación para ser una realidad.  Y la frescura de los novatos en política se convirtió en majaderías de quien da más importancia al gesto que al trabajo hecho. Para colmo, Podemos resultó ser una partido de lo más convencional, con su aparato al servicio del líder para aplastar a los disidentes. Una cosa, en definitiva, muy aburrida. Entonces, ya no hizo falta seguir fingiendo. Resulta que dejaron de ser transversales y fagocitaron a Izquierda Unida para ocupar su lugar en el panorama político español: el eterno tercer partido, siempre en la oposición.