Jamás nadie podrá reprochar a Podemos de ser un partido político que escondió sus verdaderas intenciones y su verdadera naturaleza. Cuando Pablo Iglesias empezó a ser popular gracias a la televisión generalista, antes de fundar el partido, fue invitado a dar charlas por todas las esquinas de España. Hubo quién grabó aquellas intervenciones y las subió a YouTube. Algunas incluso que no parecían destinadas al gran público. También contamos con las declaraciones de Pablo Iglesias en el programa La Tuerka y sus editoriales de Fort Apache en el canal iraní HispanTV.
De las declaraciones de aquellos tiempos podemos saber que Pablo Iglesias proponía medidas políticas y económicas para convertir a España en una república bananera. Luego, cuando creó el partido, consideró que se abría una ventana de oportunidad para «asaltar los cielos» y que por tanto el fin justificaba los medios. Su concepción de la política surge de tradiciones antidemocráticas. Así que nada de lo sucedido en los últimos años nos debe extrañar. Ni que la maquinaria del partido pasara por antiguos amigos como una apisonadora o que ahora demuestre lo que le incomoda el periodismo hostil.
Sabiendo todo eso no hay nada que reprocharle a Podemos y sus líderes. El problema me surge con los sorprendidos y desencantados. Recuerdo a un defensor del software libre que acudió a Vistalegre I y contó en su blog con fastidio que allí no se había hablado de la transformación digital de España, sino de la organización de un partido político puro y duro. Mostraba su contrariedad porque allí no había lugar para el asamblearismo del 15-M. Luego, por el camino conocí a personas que me contaban el largo recorrido que les había llevado de la ilusión al desencanto. Se sentían traicionadas y decepcionadas porque nunca esperaron que en un partido político como Podemos funcionaran los liderazgos fuertes y la ambición desmedida. Esas mostraban un pesar hondo por el tiempo, la energía y la ilusión derrochadas. A mí siempre me generó entre sorpresa y sonrojo que creyeran que Podemos era algo diferente a lo que es Podemos.
Creé mi primer blog el 29 de febrero de 2004. Fue un año bisiesto. Como 2020. Yo por aquel entonces era un chico de provincias que había llegado a la gran gran capital creyendo que se le iba a abrir un mundo nuevo de posibilidades. Descubrí que las circunstancias podían ser diferentes, pero seguía llevando la misma vida de lobo estepario de siempre, agravada por un nuevo tipo de soledad: la del que lleva una existencia solitaria rodeado permanentemente de gente.
Semanas después tuvo lugar el atentado terrorista del 11-M, el mayor atentado terrorista de la historia de España. Alguien en el gobierno de José María Aznar hizo aquel día un cálculo político. Si el atentado era obra de la banda terrorista vasca ETA, la rabia e indignación de la sociedad española iba a generar un ascenso del sentimiento nacionalista español que se trasladaría en un voto al conservador Partido Popular en las elecciones generales del día 14 de marzo. Si el atentado era obra de una célula terrorista yihadista la sociedad española iba a interpretar el atentado como un acto de venganza por el apoyo del gobierno de Aznar a la invasión estadounidense de Iraq en marzo de 2003 y se iba a generar un sentimiento de indignación que en las urnas se transformaría en un voto de castigo contra el Partido Popular. Por tanto, era necesario que el gobierno transmitiera machaconamente el mensaje hasta la celebración de las elecciones de que la investigación apuntaba a ETA.
En su libro 11-M La Venganza, el periodista Casimiro García-Abadillo, que años más tarde llegaría a ser el director del diario madrileño El Mundo, cuenta que el día de los atentados miembros del partido socialista español (PSOE) se pusieron en contacto con miembros del Partido Demócrata en Estados Unidos, que les contaron su impresión de que en la comunidad de inteligencia estadounidense se consideraba que los atentados del 11-M eran de autoría yihadista. Eso llevó a que desde los medios de comunicaciones afines al PSOE se sembraran dudas sobre la versión oficial. Mi experiencia personal es que los estudiantes Erasmus en contacto con sus familias aquel día o periodistas en contacto con sus pares en lugares como Israel supieron que fuera de España se daba por hecho de que se trataba de un atentado de carácter yihadista.
La tarde del sábado 13 de marzo, en vísperas de las elecciones, se supo de las primeras detenciones que apuntaban a la pista yihadista. La sensación de indignación por lo que se percibía había sido una maniobra de desinformación del gobierno llevó a manifestaciones frente a las sedes del Partido Popular. En las elecciones generales celebradas el día siguiente ganó el PSOE, a pesar de que las encuestas anteriores a las elecciones daban como ganador al Partido Popular. Los acontecimientos sucedidos entre los atentados del 11-M y las elecciones del 14-M dieron la vuelta a las elecciones.
Cualquier persona que no simpatizara con el gobierno del Partido Popular en 2004 puede contar su experiencia personal de aquellos días. Mi padre siempre recuerda cómo un ministro del gobierno de José María Aznar llamó «miserables» a todos aquellos que dudaran de la versión oficial. Para todos nosotros, la gestión informativa de los atentados fue la clave. La sensación de que el gobierno mintió a propósito generó una ola de indignación que llevó al gesto inaudito de manifestaciones el día antes de las elecciones, en lo que en España se considera «jornada de reflexión» y están prohibidos los actos políticos.
Los simpatizantes del gobierno del Partido Popular tienen un recuerdo totalmente diferente. Y ese recuerdo fue moldeado por la reinterpretación que hicieron los medios conservadores de la derrota electoral, que les pilló por sorpresa. Durante los siguientes meses fueron reconstruyendo los hechos. El gobierno no mintió sobre la autoría de los atentados. En realidad fue engañado por altos mando de la policía, muchos de los cuales habían hecho su carrera durante el anterior gobierno socialista (que estuvo en el poder hasta 1996). Los atentados parecían hechos por un grupo de terroristas yihadistas, pero en realidad había sido organizados por la banda terrorista vasca ETA en un plan preparado con el PSOE y con la participación de los servicios secretos marroquíes para introducir dos capas de pistas falsas: una primera que apuntaba erróneamente a ETA para engañar a los investigadores durante las primeras 72 horas y una segunda que apuntara a una célula yihadista que actuara de cabeza de turco. A cambio de los servicios de ETA, el nuevo gobierno del PSOE le concedería la independencia al País Vasco.
Pedro J. Ramírez, director entonces del diario El Mundo, abrazando las teorías de la conspiración del 11-M. Foto vía LosGenoveses.net
Sobra decir que las teorías de la conspiración del 11-M eran un disparate. Pero eso no fue obstáculo para que dos medios les dedicaran bastante espacio: el diario madrileño El Mundo y el diario on-line Libertad Digital. Las teorías de la conspiración partían del desconocimiento que la sociedad española tenía entonces del fenómeno terrorista yihadista y planteaban que el 11-M era un atentado sospechoso porque en él no habían participado terroristas suicidas, no había una conexión directa con el núcleo duro de Al Qaeda y porque miembros de la célula se movían en el mundo del trapicheo de drogas y la pequeña delincuencia. Su única referencia era entonces los atentados del 11-S. En los años posteriores se demostraría que precisamente el patrón más habitual de la yihad europea eran los elementos vistos el 11-M. En el fondo, las teorías de la conspiración partían de una perspectiva racista en la que se consideraba difícil de creer que unos «moritos» hubieran cometido el mayor atentado de la historia de España durante un gobierno del infalible Partido Popular.
José María Aznar disfrazado del Cid Campeador.
Años después me encontré con algún amigo que defendía vehemente que «algo» raro había pasado el 11-M. Era incapaz de asumir que el gobierno de José María Aznar se había equivocado y había mentido, o al menos se había creído sus propias mentiras. El Partido Popular terminaría por asumir las teorías de la conspiración y haría preguntas al gobierno en el Parlamento al respecto. Esto dio esperanzas a los defensores de las teorías de la conspiración esperaban que la llegada al poder del Partido Popular arrojaría luz sobre los acontecimientos del 11-M. Sobra decir, que cuando Mariano Rajoy, elegido por José María Aznar mediante el dedazo como su sucesor al frente del Partido Popular, llegó al poder en 2011 de las teorías de la conspiración del 11-M nunca más se supo.
A pesar del vuelco electoral del 14-M, el PSOE no alcanzó la mayoría absoluta. Requirió del apoyo electoral de Izquierda Unida, la coalición de partidos liderada por el Partido Comunista Español (PCE). La prensa de derechas se refirió a aquel gobierno como «social-comunista». Teniendo en cuenta que España había entrado en la moneda única europea, los márgenes de actuación en materia económica de aquel gobierno no fueron muy amplios. Así que sus medidas estrellas entraron en el terreno de lo simbólico, como la Ley de Memoria Histórica, el matrimonio igualitario y las negociaciones con la banda terrorista ETA, muy debilitada.
A ojos de la derecha conservadora, el nuevo gobierno pretendía destruir España, rindiéndose ante el terrorismo separatista, además de pretender romper la familia tradicional. Se convocaron grandes manifestaciones en el centro de Madrid, con movilización de autobuses desde todas las esquinas de España para hacer bulto. Los defensores de las teorías de la conspiración se sumaron a aquellas manifestaciones. Recuerdo el comentario de uno de ellos que soñaba que al final de la manifestación el presidente del gobierno tuviera que abandonar Madrid en helicóptero, en referencia a la dimisión del presidente argentino De la Rúa, en plena crisis económica y social del país, que abandonó la Casa Rosada en un helicóptero de la fuerza aérea. También recuerdo a cierto comentarista político preguntando dónde estaba el ejército en un momento crucial de España como aquel.
La teoría de la conspiración del 11-M tenía serias implicaciones políticas. El gobierno del PSOE había negociado con dos enemigos tradicionales de España, Marruecos y la banda terrorista ETA, para cometer el mayor atentando terrorista de la historia de España y llegar al poder. Por tanto, era un gobierno ilegítimo ante el que cualquier medida era lícita para desalojarlo del poder. Yo, que pasaba buena parte del tiempo pendiente de Internet, sentía que el clima político en España se había hecho irrespirable. Por aquel entonces yo mantenía el Lobo Estepario como nombre de guerra en Internet y procuraba que no hubiera foto alguna de mi cara. Me preocupaba permanecer anónimo. Llevó tiempo darme cuenta que el ambiente guerracivilista que se vivía en Internet no se trasladaba a la calle.
En aquel tiempo las redes sociales no habían despegado como fenómeno en Internet. La forma de comunicación más popular era MSN Messenger y era el tiempo del ascenso de los blogs. La derecha conservadora, jugando a la contra, parecía mejor organizada. Contaba con portales como RedLiberal.com, que servía de paraguas para un amplio espectro de la derecha española. Y es que en España «liberal» se convirtió en un eufemismo para definir cualquier forma de derecha ante el desprestigio de términos como «conservador». El periodista Fernando Berlín retrató aquel panorama en un artículo célebre, «La Red de pensamiento agitativo en Internet«, que el diario madrileño El País publicó en septiembre de 2004.
Después de las manifestaciones de este fin de semana, volvemos a lo mismo. A la derecha manifestándose contra un gobierno social-comunista, enemigo de la democracia y la libertad, que esta vez es responsable de miles de muertos por la gestión de la pandemia del coronavirus. Y por tanto cualquier medio es legítimo para echarlo del poder. A la agitación en Internet. Al ambiente político irrespirable. A las guerras culturales. Vuelta a empezar. Un buen momento para retomar el blog.
Cuando uno crece descubre conceptos como los incentivos perversos o la ley de las consecuencias imprevistas. Resulta que hace años las costas de Libia se convirtieron en el punto de partida de buques que en condiciones precarias cruzaban el Mar Mediterráneo hasta alcanzar la costa de las islas italianas. Alguno naufragó llevándose cientos de almas al fondo del mar. Así que varias ONG fletaron buques de rescate y hasta la Unión Europea se implicó en el rescate de las personas que iban en esos barcos sobrecargados a los que llamaban «refugiados». Fundido en negro. Los buques de las ONG han estado viajando hasta la costa libia para recoger a las personas que organizaciones locales suben a botes neumáticos de gran tamaño que se anunciaban en el portal de comercio chino Alibaba.com, como «botes de refugiados«. En realidad se trata de migrantes económicos llegados de sitios tan lejanos como Bangladesh, sin duda atraídos por el efecto llamada de la nueva puerta trasera a Europa. Una vez abordo del buque de la ONG se les lleva a Italia so pretexto de ser náufragos con derecho, según las leyes del mar, a ser desembarcados en el puerto seguro más cercano. Cientos de miles de personas han entrado en Italia de esta forma desde 2014. Fundido en negro. El tema de la inmigración se convierte en asunto central de la campaña italiana para sorpresa de la prensa española que alerta de cómo los partidos populistas han introducido el tema de la inmigración de forma artificial en la agenda política. Flashback. Manifestación de inmigrantes africanos frente a una oficina gubernamental de la región de la Toscana demandando una vivienda y una renta básica. Cartel de un centro de salud en una localidad costera anunciando su cierra temporal para atender a las inmigrantes desembarcos y recomendando a los usuarios a acudir al centro de salud de una localidad cercana. Reportaje sobre cómo las autoridades incautan un hotel y obligan al dueño a aceptar a inmigrantes recién llegados como húespedes. Despliegue del ejército austriaco en la frontera con Italia. Amenazas del gobierno italiano con entregar un visado Schengen a todos los inmigrantes desembarcos en sus puertos y permitirles la libre circulación por Europa si no se procede a un reparto de ellos entre los países europeos. Fundido en negro. El nuevo gobierno italiano se niega a que la embarcación Aquarius, con bandera de Malta, desembarque a cientos de inmigrantes. El recién nombrado gobierno español se ofrece a acoger en España a las personas que viajan a bordo del Aquarius en una situación límite.
Veo una explosión de júbilo en Twitter. La gente dice sentirse orgullosa de ser española por la actuación del gobierno. Yo sólo pienso, ¿y luego qué? La política mediática tiene estas cosas. Convierte en urgente e imperativo actuar ante una situación mientras otras muchas iguales tienen lugar. El mundo giro ahora entorno a las personas que viajan en el «Aquarius». ¿Qué haré el gobierno español ante los siguientes buques rechazados por las autoridades italianas? ¿Aceptará a unos pocos? ¿A todos? ¿Con qué criterio? ¿O se impondrán un protocolo europeo para repartir los inmigrantes recogidos en las costas libias? ¿Qué se harán con los inmigrantes? ¿Se les mandará a la cola o se les darán privilegios especiales? ¿Se convertirá en España en un nuevo destino privilegiado para la inmigración irregular gracias a políticas garantistas del nuevo gobierno?
Tengo una sensación extraña ante lo que sucede. Lo miro desde la perspectiva de la «longue durée». Asistimos al ocaso de una Europa atrapada en sus contradicciones posmodernas mientras se suicida demográficamente. Mientras, en un mundo globalizado la gente en lugares como Nigeria o Bangladesh sabe que hay una vida mejor en Europa y han decidido venir a buscarse un futuro. Es un proceso que hay que entender en el largo plazo y que posiblemente finalice con Europa dejando de ser Occidente. Así que me pregunto si tiene sentido hacer o decir algo. Quizás la precaución de hablar sea un síntoma característico del problema. Hay cosas que no se deben decir.
Y las putas y los políticos alzaran sus miradas y gritarán «¡Sálvanos!». Y yo miraré hacia abajo y susurraré «No».
El 2 de agosto de 1980 estalló en la estación de tren de Bolonia un artefacto explosivo que provocó la muerte a 85 personas y heridas a más de 200. El gobierno italiano de aquel entonces atribuyó en primer lugar la explosión a un accidente. Luego a un atentado terrorista de la ultraizquierda. Finalmente se descubrió la participación de miembros de la ultraderecha italiana y cómo miembros de las fuerzas de seguridad habían tratado de dificultar la investigación.
Nunca se descubrió a los autores intelectuales del atentado. Pero los indicios apuntan a que fue organizado desde las cloacas del estado para impedir la llegada al poder del Partido Comunista Italiano. Mediante la llamada strategia della tensione se pretendía generar un estado de alarma social, cometiendo atentados terroristas atribuibles a la ultraizquierda, que propiciara la llegada al poder de un gobierno duro de derechas.
En aquellos años fue aflorando la existencia de una estructura clandestina de la OTAN nacida parra crear fuerzas de resistencia anticomunista en caso de invasión soviética (la «Operación Gladio»), pero que en tiempo de paz se conjuraba contra la llegada del partido comunista al poder. Se hizo visible también el papel de la logia secreta pseudomasónica «Propaganda Due», entre cuyos miembros aparecieron desde el empresar Silvio Berlusconi al general argentino Suárez Mason. Una red extensa cuyos nodos estaban vinculados con las turbias finanzas del Vaticano, la ultraderecha europea, la mafia y las dictaduras sudamericanas.
Fue Bruce Sterling el primero que apuntó como todas aquellas conspiraciones políticas reales de los años 80 eran un adelanto del mundo descrito en la literatura cyberpunk. La política italiana de los 70 y 80 convierte en ridícula cualquier ficción. Eduardo Bravo ha hecho un repaso a aquella época. El libro te deja con ganas de más. Pero es que el tema incluye tantas tramas de las que tirar del hilo que daría para una serie de libros.
Eran los 90 cuando descubrí la revista Ajoblanco en su segunda época. La leía en una biblioteca pública. Luego la compraba de vez en cuando. Y hasta llegué a hacerme con algunos ejemplares de años anteriores en una librería de segunda mano. Recuerdo el impacto que me causó de un artículo de Ignacio Ramonet sobre lo mal que iba el mundo. No recuerdo los detalles, pero era algo así:
Vemos cómo el Estado del Bienestar es desmantelado ante la presión externa de las grandes instituciones financieras internacionales mientras los gobiernos tratan de atraer inversiones con bajos impuestos y reducido gasto público. La externalización de empresas a países del Tercer Mundo y de la antigua Europa comunista reduce el número de puestos de trabajo o presiona a la baja las condiciones laborales de la clase trabajadora, que se aprieta el cinturón mientras pende sobre ella la permanente amenaza de que su factoría o planta sea deslocalizada. La clase política está al servicio de los grandes grupos de poder económico que controlan a su vez los grandes medios de comunicación, que ofrecen información cada vez más desvirtuada porque se mezcla en ella mensajes comerciales, entretenimiento superficial y sensacionalismo.
Sin molestarme en buscar el artículo original, creo que se podría publicar el mismo artículo hoy en día y sólo habría que cambiar algunos nombres propios o ejemplos para que pasara por uno de rabiosa actualidad. Recuerdo que por aquella época descubrí también Le Monde Diplomatique en su edición española, donde Ramonet dirigía la edición original francesa. Creo que el primer ejemplar que compré fue uno donde se publicaba por segunda vez su artículo «El pensamiento único». Leer Le Monde Diplomatique me creó una vocación. Yo quise ser intelectual de izquierdas. Quería escribir artículos y libros explicando lo mal que iban las cosas. Terminé años después estudiando Sociología. Nunca publiqué en Le Monde Diplomatique, todo sea dicho. Creo que dejé de comprarla el día que caí en la cuenta en que, a la larga, siempre era lo mismo: contra la Europa de los mercaderes y a favor de la Europa de los pueblos, cómo los grupos multimedia estadounidenses nos idiotizan con su entretenimiento para adolescentes, repaso a un país de Francáfrica, la lucha de algún movimiento social en Latinoamérica, etc.
Me desanimé con el activismo político cuando descubrí que, más allá de la crítica al mundo existente, nadie proponía soluciones reales. Y que las alternativas que celebraban eran horribles. Descubrí, una y otra vez, que aquella gente con la que mantenía conversaciones razonables haciendo un análisis crítico a la realidad defendían líderes y regímenes políticos horribles lejos de su casa. El propio Ignacio Ramonet publicó un libro de entrevistas a Fidel Castro donde las respuestas no eran más que un corte y pega de discursos. Al final, el trabajo de toda esta gente no era hacer la crítica para construir un mundo mejor. Su crítica era tan solo una mercancía con la que ganarse la vida.
Las grandes utopías murieron en el siglo XX. Los sueños del «hombre nuevo soviético» y un «Reich de mil años» llevaron a horrores inimaginables (véase Tierras de Sangre de Timothy Snyder). La recuperación económica europea entre 1945 y 1975 del «Milagro Económico Alemán» y los «Treinta Gloriosos» años franceses nos legaron la política como el aburrido arte de lo posible. A lo largo y ancho de la Europa capitalista se implantó un modelo bipartidista donde socialistas o laboristas y democratacristianos o conservadores se alternaban en el poder con la existencia puntual de un tercer y pequeño partido liberal, como en Reino Unido y Alemania.
El margen de maniobra de los gobiernos se fue estrechando tras la crisis del modelo de posguerra, la expansión de la globalización y la unión monetaria en Europa. La política dejó de ser el arte de lo posible, porque un gobierno debía responder a los mercados financieros, las agencias calificadoras de deuda y los inversores internacionales. Los partidos socialdemócratas dejaron de diferenciarse de los conservadores en su política económica, por lo que incidieron en los derechos de los inmigrantes o la comunidad LGTB para diferenciar el producto.
Mientras tanto, la política a pie de calle abandonó lo sueños revolucionarios para convertirse en profundamente conservadora luchando por conservar los derechos laborales, conservar el medio ambiente, conservar el patrimonio histórico, etc. Sin utopías ni revoluciones pendientes, las posturas políticas han quedado reducidas a declaraciones de cara a la galería. Así que hoy proliferan en las redes sociales insufribles comunistas hipsters epatando con su simpatía por los tiranos más nefandos, y antifranquistas zombies que llegan 50 años tarde. Las ideologías son disfraces de cosplay.
La revista Ajoblanco ha vuelto. Allá por 2008 escribí un artículo para una revista on-line ya desaparecida a partir de la lectura de Los 70 a destajo, las memorias de Pepe Ribas, director y fundador de Ajoblanco. Resulta que no fui ni el primero ni el último en desarrollar el concepto. («La Generación Tapón», «Generación Tapón: si destacas al rincón», «La Generación T nos ha arruinado»). Pero considerando que el texto ya no estaba disponible en Internet me pareció que merecía la pena rescatarlo.
Está por escribir la crónica de una generación invisible, la mía, que supuestamente era la más y mejor preparada de la historia de España y que se quedó por el camino con un sueldo mileurista y pagando una hipoteca. Pero para comprender tantas cosas hay que regresar al momento en que la España que ahora es quedó establecida. Lo contó Pepe Ribas, fundador de la mítica revista Ajoblanco en Los setenta a destajo. El libro es una crónica del nacimiento de la revista en los años finales del franquismo, siendo un retrato muy detallado y personal de lo que fue la oposición al régimen y la contracultura en Barcelona en particular y en España en general.
No sé cuántos lectores del libro han hecho la misma lectura que yo. Quizás mi desconocimiento de dónde estaba cada cual en aquella época sea la razón de mi sorpresa al ver desfilar por el libro a personajes ahora familiares en su juventud. Desde futuros ministros de cultura a artistas que ahora copan los suplementos culturales de los diarios de tirada nacional. Una élite política, intelectual y cultural que en aquella época pertenecía a alguna secta política del marxismo-leninismo y hoy está respaldada por grupos multimedia, partidos políticos y solventes fundaciones culturales. Sospechaba Pepe Ribas, ya por aquel entonces, que muchos de aquellos aspirantes a líderes revolucionarios aspiraban más a ser líderes que a ser revolucionarios.
Para alguien como yo que alcanzó su madurez política durante la segunda época de la revista Ajoblanco, eran los tiempos del felipismo, leer en las memorias de Pepe Ribas cómo se discutía tan acalorada y vehemente en los años setenta sobre una revolución que nunca se produjo queda a medio camino entre lo cómico y lo trágico. Que aquella futura élite soltara como lastre principios y valores en su ascenso social se ha relacionado normalmente con el reparto de cargos y prebendas que hiciera el gobierno socialista y sus medios de comunicación aliados en los años ochenta. Pero leyendo a Pepe Ribas uno intuye que la mutación empezó realmente tiempo atrás.
Con la llegada a España del pluralismo político y el fin de la censura se abrieron las puertas a una renovación de las élites políticas, intelectuales y culturales en el que había vacantes libres de sobra para los miembros de una generación en la que estudiar en la universidad, hablar idiomas y viajar al extranjero no estaba al alcance de cualquiera. Fue una generación que se encontró con un régimen nuevo en el que estaba todo por hacer y los espacios estaban por ocupar. Y resulta que buena parte de la élite de aquella generación no sólo se forjó en una época concreta sino que todos se conocían de forma directa o indirecta. Con los personajes que desfilan por el libro uno podría dibujar un mapa de redes y emular el juego que relaciona a los actores de Hollywood con Kevin Bacon. Y descubrir entonces la escasa separación de los personajes de una generación que ya estaba allí entonces y que ahí sigue bloqueándonos el paso.
Lo planteé recientemente a propósito de una entrevista a Rachel Dolezal, la mujer blanca que se hacía pasar por negra. Su caso resultó ser el de una blanca atraída por el exotismo africano de las portadas del National Geographic y causó consternación entre la comunidad negra estadounidense. Que alguien se identifique como negro sin serlo sólo puede ocurrírsele a un blanquito de clase media que no se entera.
Pero dejé la cuestión ahí. ¿Cómo negar el derecho a alguien a identificarse con una identidad cultural si la propia izquierda posmoderna defiende el derecho a expresar libremente la identidad sexual? ¿Quién decide quién es negro sin entrar en el terreno de la racialización de la identidad étnica o la carga genética? Es decir, ¿sería Rachel Dolezal una «negra nacida en el cuerpo equivocado»?
David Chappelle se adelantó al debate con su sketch«Racial Draft», en el que representantes de distintas comunidades eligen personalidades de otros grupos o a personas multiétnicas. Así, los judíos reclaman para sí a Lenny Kravitz (de padre judío y madre negra) y los asiáticos a Wu Tang Clan (raperos negros que hacen muchas referencias a la cultura oriental) Y por el camino se negocia la identificación de Eminem y Collin Powell como blanco o negro.
La duda que me planteaba entonces ha sido resuelta de forma expeditiva recientemente. Rebecca Tuvel, profesora asistente del Rodhes College en Memphis, tuvo la ocurrencia de mandar un artículo a la revista académica de filosofía feminista Hypatia planteando que la transracialidad debería ser tan legítima como las transexualidad. El artículo pasó el comité de evaluación y fue publicado. Digamos que no fue muy bien acogido. Aparte del linchamiento en las redes sociales, 500 académicos firmaron una carta denunciando el artículo. La revista Hypatia, cómo no, se echó atrás ypublicó una disculpa en la que anunciaba que revisaría sus criterios de publicación para en un futuro darle más voz a personas transexuales y de color.
Alguien contactó a Rebecca Tuvel para entevistarla para el Wall Street Journal. Pero cuenta que Tuvel, llorando, rechazó la entrevista y le contó que temía haber quedado tachada en el mundo académico.
Hace no mucho descubrí qué había sido de una chica que conocí en el año 2006, cuando tener un blog era algo relevante. Coincidí en Madrid varias veces con ella en los encuentros de una red de blogs en la que participábamos ambos. Y en uno de sus viajes a Madrid, conocí a su novio. A mí me terminaron purgaron de la red de blogs y le perdí la pista. Diez años después, me enteré que se casó con su novio y resultó ser un maltratador. Se divorció de él tras un proceso doloroso que le marcó profundamente y por el camino se convirtió en una feminista lo suficientemente conocida para tener hordas de trolls acosándole continuamente.
Internet está llena de gente odiosa. Tanto como para merecer la pena dedicar tiempo a rebatir sus ideas o exponer sus miserias. Pero el grado de inquina e insistencia de los ataques de los trolls que ella ha sufrido demuestran la existencia de una sima de odio profundo que anida en muchos hombres. No deja de sorprenderme lo atacados que se sienten algunos por las mujeres que cuestionan el orden establecido y esa necesidad que sienten de hacerles la vida imposible. ¡Gorda! ¡Puta! ¡Fea! ¡Malfollada! Evidentemente canalizan la frustración de una vida sexual y afectiva llena de carencias, tratando de sentir así algún tipo de poder sobre una mujer.
Descubrir ese mundo de hombres que odian tanto me resultó inquietante. Hay un mundo ahí fuera de gente muy siniestra dispuesta a hacer daño a otros del que no tenía ni la más remota idea de su existencia. Y porque demuestra el nivel de resistencia que algunos hombres ponen a tener que revisar sus valores y su comportamiento.
Nadie puede acusar a Pablo Iglesias de haber ascendido de tertuliano televisivo a líder político manteniendo una agenda política oculta. En eso fue siempre sincero y directo. Él siempre expresó su intención de convertir a España en una república bananera. Y lo dejó bien claro para quien se molestó en escuchar sus conferencias en universidades españolas y fiestas políticas antes de fundar Podemos. También puso sobre la mesa su estrategia. Se trababa de montar un catch all party que apelara al votante cabreado y asqueado con la política española. Por tanto, había que renunciar al lenguaje y a los símbolos de izquierda para poder captar votos entre las señoras mayores que van a misa y los obreros que se ofenden cuando insultan a la nación española. Incluso renunció al discurso antimilitar y al A.C.A.B., argumentando que ahí había una masa enorme de funcionarios cuyo voto había que conquistar.
Tampoco ocultó su estrategia mediática. Se trataba de acudir a cada tertulia televisiva con la preparación de quien va a disputar una pelea por el título de los pesos pesados. Se encerraba con sus colaboradores, que le preparaban dosieres con los temas y luego actuaban de sparrings para entrenar respuestas. «La cuestión no es si un diputado de mi partido ha sido detenido tras violar a un niño refugiado sirio en su coche oficial, donde guardaba tres linces ibéricos muertos en el maletero, o no. Aquí de lo que tenemos que hablar es de que hay millones de españoles que no llegan a fin de mes por culpa de las políticas neoliberales del PP y PSOE…» Enfrente tenía a periodistas acostumbrados a que las tertulias televisivas fueran el partido de fútbol de solteros contra casados. Y, claro está, Pablo Iglesias brillaba dando voz al español cabreado.
La idea de Podemos era aprovechar la ventana de oportunidad que había creado la crisis. Pero esa ventana, no lo sabíamos, tenía fecha de caducidad más temprana de lo prevista. Los indicadores macroeconómicos empezaron a recuperarse y, al tiempo, los centros comerciales volvieron a estar llenos, si nos atenemos a lo complicado que se ha vuelto encontrar últimamente aparcamiento en el Carrefour y el Ikea. Pero sobre todo, el problema es que el hechizo se rompió tan pronto Podemos pisó escaño y moqueta.
El partido del chico cabreado que prometía poner todo patas arribas dejó de ser una promesa abierta a la imaginación para ser una realidad. Y la frescura de los novatos en política se convirtió en majaderías de quien da más importancia al gesto que al trabajo hecho. Para colmo, Podemos resultó ser una partido de lo más convencional, con su aparato al servicio del líder para aplastar a los disidentes. Una cosa, en definitiva, muy aburrida. Entonces, ya no hizo falta seguir fingiendo. Resulta que dejaron de ser transversales y fagocitaron a Izquierda Unida para ocupar su lugar en el panorama político español: el eterno tercer partido, siempre en la oposición.