El AK-47 de la sociedad de la información

El primer PC que entró en casa fue una compra colectiva. Mi padre, mi hermana y yo pusimos dinero para comprar aquel tótem tecnológico: Un Philips 286 con disco duro de 20 megas. Muchos años más tarde, en la universidad, iba cargando libretas en las que tomaba notas de los libros que consultaba. Echaba de menos un portátil pero aunque sus precios iban en declive eran una clase de ordenador que habían llegado a costar un millón de pesetas. Entonces llegó Asus con su portátil EEE de 7 pulgadas y puso el mercado patas arriba. Por fin se ofrecía en el mercado un portátil barato, ligero, pequeño y con un disco duro no mecánico que permitía darle tumbos. El concepto fue imitado por toda clase de fabricantes. Las bibliotecas universitarias se llenaron de portátiles y llevarse el portátil de vacaciones para ver películas en el avión o en el destino se convirtió en lo más normal del mundo.

Leo que Samsung, fabricante de tabletos, estudia dejar de fabricar miniportátiles para dedicarse a los ultraportátiles, portátiles ultrafinos y ultracaros. La excusa es que el mercado ha evolucionado y lo que la gente demanda tabletos para ver películas y navegar por Internet. Posiblemente haya un buen porcentaje de couch potatoes que no precisen de teclado. ¿Pero hasta que punto los miniportátiles se han mostrado un mal mercado? Quien compra un ordenador barato, ligero y de prestaciones modestas lo necesita para usar el procesador de texto, navegar por Internet y poco más. La llegada de nuevas versiones de Photoshop que requieren más memoria para manipular fotos de 16 megapíxeles o el lanzamiento de un nuevo juego que requiere de GPUs más avanazadas le traen sin cuidado. Una vez le has vendido a ese usuario un miniportátil tardarás años en venderle un nuevo producto. Quizás así tenga sentido la estrategia de Asus de lanzar un montón de modelos cada año que encajan difícilmente en el concepto EEE a pesar del nombre. Se trataría de atraer al usuario que ya compró uno para que compro otro de colorines con una pantalla más grande.

Los miniportátiles supusieron una revolución y es curioso ver los primeros movimientos de la contrarrevolución.

Apuntes sobre Sionismo Digital

Cuando viajé a Estambul por primera vez en mayo de 2008 me llevé mi Acer Aspire One 110L. Con su pantalla de 9 pulgadas y su disco duro de estado sólido se había convertido en una especie de cuaderno de notas que llevar despreocupadamente en la mochila a todas partes. Lo llevé a Turquía sabiendo que tendría wifi en el hostal para mochileros donde me iba quedar. Por las noches me conectaba a la wifi o empleaba los PCs con conexión a Internet que estaban disponibles. No me apetecía salir porque después de caminar y caminar durante el día terminaba agotado y porque nunca le he encontrado sentido a beber en solitario. Así que enviaba fotos, mandaba crónicas del viaje y hasta chateaba con los amigos. De paso, me mantenía al día con mi lector de RSS. Estuve nueve días y llegué a tener la sensación de que no estaba fuera de casa. Mi relación con el mundo y con los amigos seguía igual: A través de una pantalla. Sólo cambiaba el vecindario.

Ahora estoy viviendo en una ciudad de provincias. Y me resulta curioso el debate en los ambientes culturales sobre la literatura local. ¿Qué es lo característicamente autóctono? ¿La literatura que recoge los particularismo lingüísticos o tiene personajes y ambientes locales? ¿O la literatura local simplemente se define como la literatura que se hace aquí y ahora? ¿Es literatura local una space-opera escrita por alguien de aquí? Para mi generación el cine de Hollywood, el manga y los videojuegos forman parte de su horizonte cultural. Un horizonte ahora compartido con el resto del planeta.

Hace poco compartía por Internet con una amiga estadounidense que trabaja en Afganistán un vídeo en el que Mike Tyson parodia a Herman Cain, uno de los candidatos de las primaras republicanas. Resulta que Tyson tiene talento para el humor. Desde luego no es tonto. Y caí en la cuenta que no he prestado atención a las elecciones del 20-N. Allí estaba yo echando unas risas sobre las primarias republicanas con alguien que nunca he conocido en persona.

Vivir en provincias se ha convertido en algo asumible desde que Internet permite estar en contacto con el resto del mundo, seguir los grandes debates y participar en las cosas que pasan. Puedes leer las columnas de opinión, los informes de los think tanks, los artículos académicos y ser parte de foros y la blogsfera. Y es así allí donde puedas conectarte a una wifi. Ya no necesitas formar parte de los círculo locales. Esos que se crean en torno a las tertulias de ciertos bares y a las páginas de cultura de los periódicos locales. Esos que discuten a qué escritores podemos llamar de la tierra.

Decía Pere Quintana Seguí en un foro esperantista:

[H]ace tiempo que ya no somos ni españoles ni europeos ni nada. Hace tiempo que somos sionistas digitales… Lo que nos une son unos valores comunes, no el hecho de haber nacido aquí o allí. De hecho no nos vemos ni las caras, nuestra identidad són nuestros textos en red. No somos del mundo que se respira en los periódicos.

El este

Sonaba a uno de los chistes de «La Tanda» de Les Luthiers. «No se pierdan «El Este» en su horario habitual de todos los jueves a las cuatro de la mañana». Pero Radio 3 ha hecho justicia y ahora el programa se emite todos los sábados a las ocho de la mañana. Por suerte tenemos la posibilidad de poder escucharlo cuándo y cuántas veces se quiera gracias a la página de podscasts de «El Este».

El programa nació dedicado a la música de los Balcanes «y alrededores». Pero por él ha desfilado música rusa, caucásica, turca y egipcia. Joyas que le debemos a Maja Vasiljevic.

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