Los todoterrenos hundieron la industria del automóvil estadounidense

El ayuntamiento de Detroit, Motor City, ha declarado la bancarrota tras una evidente y profunda decadencia. La ciudad prosperó gracias a la industria del automóvil. Pero basta pensar, ¿quién sueña hoy con un coche estadounidense? Es cierto que los muscle cars tienen sus adeptos en Europa. Pero los automóviles estadounidenses dejaron de evocar hace mucho los sentimientos que generan un Chevrolet Bel Air del 57 o un Ford Mustang de 1967 a 1969.

Estados Unidos gozó durante décadas de petróleo barato y tras los shocks del petróleo de los años 70 los más pequeños y eficientes coches japoneses y europeos inundaron el mercado. Un deficiente transporte público, un particular modelo de urbanismo y grandes espacios crearon una cultura del uso del automóvil muy peculiar en Estados Unidos. Durante los años 90 se pusieron de moda en Estados Unidos los todoterrenos grandes y altos como vehículo urbano familiar, conocidos por Sport Utility Vehicle. Su máxima expresión llegó a ser ser el Hummer H2. Su popularidad se convirtió en un asunto polémico por sus altos consumos de combustible en conducción urbana y por el peligro que suponía para otros conductores o peatones en caso de accidente. Hubo grupos ecologistas radicales que se dedicaron a pinchar las ruedas y quemar Hummers. Incluso en los Simpsons hizo su aparición el Cañonero, un SUV tragón y maloliente.

La Wikipedia en inglés da una versión interesante de cómo los grandes y pesados todoterrenos hundieron a los tres grandes fabricantes de automóviles de Detroit.

In the late 1990s and early 2000s, the Big Three could enjoy profit margins of $10,000 per SUV, while losing a few hundred dollars on a compact car. Consequently, these companies focused resources and design on SUVs over small cars (compact cars were sold mainly to attract young buyers with inexpensive options and to increase their fleet average fuel economies to meet federal standards). As a result of the shift in the Big Three’s strategy, many long-running compact and midsize cars like the Ford Taurus, Buick Century, and Pontiac Grand Prix eventually fell behind their Japanese competition in features and image (relying more upon fleet sales instead of retail and/or heavy incentive discounts), some eventually being discontinued.

With soaring gas prices in the mid-late 2000s, followed by a weakening economy, SUV and light truck sales have declined significantly. The Big Three were unable to adapt as quickly as their Japanese rivals to produce small cars and crossovers to meet growing demand for fuel-efficient vehicles; the U.S. offerings were also considered less competitive than their Japanese counterparts. This was due to inflexible manufacturing facilities, the high wages of unionized workers in the United States and Canada (members of the UAW and CAW, respectively) compared to non-union workers such as that of Toyota, make it unprofitable to build small cars.

La Europa salvaje

National Geographic ha publicado una galería con las fotos que Charles Fréger ha realizado por toda Europa, desde Portugal a Bulgaria, de «tradiciones populares y rituales que entroncan con las cosechas, los solsticios y el temor a la oscuridad invernal, y en los que pueden rastrearse ecos de mitos muy antiguos». Son tradiciones paganas en la que los hombres se disfrazan de seres fantásticos y que han sobrevivido durante siglos integradas en festividades cristianas.

La insurreción que viene

Todo el mundo lo reconoce. Esto va a reventar

Así comienza «La insurrección que viene», un panfleto francés que contaba El País llegó a estar entre los best-sellers de amazon.com

¿Cuántas veces habré oído eso en libros, revistas, panfletos y blogs de la izquierda antisistema? Frases tremebundas sobre la situación de explotación, precariedad, asco y hartazgo de una generación condenada al submileurismo en trabajos basura. El caldo de cultivo para que los jóvenes se organicen y estalle una revuelta general.

Una surca las páginas del libro con esa sensación de estar leyendo otro ejemplo más de un género único: La cháchara francesa anticapitalista. No hablo francés pero sospecho que los franceses tienen una tremenda fascinación con su propio idioma que les lleva a componer frases grandilocuentes página tras página sin que importe mucho si el conjunto significa algo.

En estos tiempos uno espera alternativas y propuestas. Y lo único que se encuentra en un libro tan pretendidamente provocador es la típica propuesta de montar comunas de parásitos del Estado del Bienestar a la espera del inevitable colapso del sistema. Hasta ahí llega la brillantez de un texto que aporta muchísimos menos de lo que el revuelo que ha montado nos hace suponer. Quizás ello diga mucho más de sus jaleadores que de sus autores.

Seguiremos echando en falta recuperar a la Internacional Situacionista. Seguiremos echando en falta textos que nos hagan pensar.

Bienvenidos al desierto de lo real

«Bienvenidos al desierto de lo real» es una frase que pronunciaba Morfeo en la película Matrix. Enseguida hubo quien se lanzó a señalar todas las citas y referencias que aparecían en la película para descubrirnos que era un enorme pastiche posmoderno. La frase en cuestión es una referencia a Jean Baudrillard. Hace pocos días encontré de casualidad la cita original.

Si ha podido parecernos la más bella alegoría de la simulación aquella fábula de Borges en que los cartógrafos del Imperio trazan un mapa tan detallado que llega a recubrir con toda exactitud del territorio, aunque el ocaso del Imperio contempla el paulatino desgarro de este mapa que acaba convertido en una ruina despedazada cuyos girones se esparcen por los desiertos. […]

[H]oy serían los girones del territorio los que se pudrirían lentamente sobre la superficie del mapa. Son los vestigios de lo real, no los del mapa, los que todavía subsisten esparcidos por unos desiertos que ya no son los del Imperio, sino nuestro desierto. El propio desierto de lo real.

«La precesión de los simulacros», 1978

Underdogs

La primera cámara que compré con mi dinero fue una réflex de película Pentax y la única cámara réflex digital que he tenido es Pentax. La compañía ha cambiado de dueños dos veces en los últimos años y ha llevado un rumbo un tanto errático, tal como conté hace poco. La tecnología de los libros electrónicos me pareció siempre más interesante que las tabletas. La tinta electrónica abría un mundo de posibilidades, como nos ha contado Juan Luis Chulilla en su blog tinta-e, que no han llegado a ser explotadas. Llegué a la conclusión de, que para mis ocupaciones académicas, un Kindle DX era lo mejor. Pero Amazon decidió evolucionar su lector de 6″ y su tableta, pero no el Kindle DX, que ni siquiera aparece en la pestaña cuando colocas el ratón en la página web principal de la tienda y no aparecen en la tienda española. Aposté por los netbook como herramienta de trabajo y celebré la aparición de modelos de 11,6 pulgadas, el óptimo compromiso entre tamaño contenido y pantalla suficientemente amplia. Pero los grandes fabricantes decidieron liquidar ese nicho de mercado para vender los carísimos ultrabook con acabados en aluminio y cantidades ridículas de memoria RAM.

Seriamente, me pregunto ¿soy un gafe electrónico? Pero si este historial les resulta poco, hoy me he acordado de otra cosa. He comprado cinco móviles (el primero lo heredé de mi hermana y tuve otro para una segunda línea). Los dos primeros fueron Nokia. Los dos siguientes fueron BlackBerry. La entrada en el mercado de los smartphones Android supuso el declive de ambas marcas. Nokia vendió su alma a Microsoft y BlackBerry no levanta cabeza. La caída de RIM, fabricantes de BlackBerry, la cuentan en Buzzfeed.

Gafe electrónico

Las estadísticas no engañan. El mercado de las cámaras compactas básicas se hunde frente al uso de smarthpones con cámara. Olympus decidió cerrar el chiringuito en ese sector del mercado. Y pasa algo curioso. Mientras los frikis del cacharreo no dejamos de aplaudir la imparable evolución de las cámaras sin espejo, resulta que su mercado mundial ha encogido. Es decir, se han vendido menos. Y la gente no para de darle vuelta a si el público busca «burro grande ande o no ande» yendo a por las cámaras réflex, a pesar de que las encuestas dicen que un montón de aficionados compran una cámara réflex para usar el objetivo que viene con ella toda la vida.

Así que la cosa está más o menos así:

Nikon y Canon no dan sorpresas y puntualmente sacan la nueva versión de cada cámara sin dar sorpresas. A la Canon EOS 5D le siguió la Mark II y luego la Mark III. La cámara de aficionado ha ido evolucionado de las EOS 300D a las EOS 700D pasando por las 350D, 400D, 450D, 500D, 550D, 600D y 650D. Por su parte tras la Nikon D3000 llegaron la D3100 y D3200 mientra que tras la Nikon D5000 vinieron las D5100 y D5200. No hay nada malo en ello, obvio. Pero digamos que si uno quiere buscar productos innovadores e interesantes no los va a encontrar en el escaparate de Nikon. Ambas marcas tienen un prestigio sólido por sus productos profesionales y de aficionado avanzado. Así Nikon se ha permitido ser un fabricante de cámaras compactas «reguleras» y sacar un sistema de cámara sin espejo con sensor pequeño que se ha vendido mucho sólo por ser Nikon. Canon por su parte sacó un churro de cámara sin espejo que no enfocaba bien como «producto para mujeres» (una extraña categoría del mercado japonés). Al contrario que el resto de fabricantes que se lanzaron tras el primer modelo a sacar cámaras para aficionados avanzados y modelos baratos, Canon no ha dado noticias de qué va hacer con la familia EOS-M. Había una noticia de que Nikon anunció que iba a dar una campanada con un invento que revolucionaría la fotografía en el sector de los smartphones. Habrá que ver si fue una noticia que entendí al revés o algo que soñé.

Fuji es el gran advenedizo. En su momento comercializó cámaras réflex Nikon con un par de detallitos gentileza de la casa. Y de pronto, lanzó la Fuji X100. Una cámara compacta con sensor de cámara réflex y un objetivo angular fijo de 35mm., la distancia focal para «reportajes callejeros» de toda la vida. Fuji pudo haber sacado un monolito negro obsidiana o un cacharro plasticoso. Pero sacó una cámara con forma de telemétrica y nos puso a todos los aficionados nostálgicos. Los profesionales dicen que la cámara dejaba algo que desear en algunos aspectos. Pero los ingenieros de Fuji se pusieron las pilas con las sucesivas actualizaciones del firmware, convirtiéndolo en una nueva estrategia comercial que promete mejoras incesantes de sus cámaras. Por lo que tengo entendido Fuji no vendió cantidades astronómicas de la X100, al fin y al cabo era una compacta muy avanzada que costaba un riñón. Pero le dio prestigio y sentó las bases para el lanzamiento de su familia de cámaras sin espejo que aunan diseño retro, calidad de imagen y una familia de lentes muy coherente. Si me tocara la lotería mañana y me planteara comprar una cámara sin espejo, sin duda echaría un vistazo a la familia Fuji.

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Olympus y Panasonic son los verdaderos creadores del mercado de las cámaras sin espejo. Panasonic tiene una familia que destaca por sus funciones para vídeo (la GH), ha sacado modelos aplaudidas por su versatilidad (GF1 y GX1), tiene una familia notable de ópticas y se ha unido a la tendencia de «burro grande o no ande» con su nuevo buque insignia, la GX7, que además sigue la actual moda de cámaras con estética retro. O lo que es lo mismo, cuerpo en negro con una parte superior metalizada.

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Olympus por su parte, fue la primera en romper con la estética de mini-réflex o cacho de plástico con lente a la hora de plantearse su familia de cámaras sin espejo. Tiró de la nostalgia fotográfica y puso al día los diseños de sus cámaras PEN y OM de los años 60 y 70. Pero su guiño a la nostalgia fotográfica y su empeño en hacer cosas diferentes no ha sido recompensada por los consumidores. Anda en pérdidas y tuvo que ser rescatada por Sony. Lo que necesita urgentemente es que alguien ponga orden en la nomenclatura de sus cámaras: O-MD E-M5, PEN E-P5, PEN E-PL5, PEN E-PM2, PEN E-PM1, E-PL3 y E-P3.

Sony llegó tarde al mercado de las cámaras réflex digitales. Compró Minolta y lanzó la familia Alpha con el valor añadido de una gama de objetivos de la casa Zeiss. A partir de ahí, siguió una lógica de fabricante de electrónica de consumo lanzando modelos como una ametralladora que no dejaban de ser una iteración del anterior con alguna modificación que lo convertían en una familia aparte. Trató de innovar con las cámaras de espejo translúcido y luego entró con fuerza en el mercado de las cámaras sin espejo, con su familia NEX. Usó como argumento de venta su tamaño miniaturizado para ir creciendo hasta lanzar cámaras que apalaban al usuario avanzado. Es una opinión personal, pero creo que Sony nunca se ha quitado de encima el lastre de ser una marca de electrónica de consumo y las percepciones subjetivas en este mercado, como en todos, son importantes. Aunque hay que reconocer que ha dado la campanada en el reñido sector de las compactas avanzada con la RX1 y RX100.

Creo que ya dije aquí que Samsung es como ese tipo que no para de tratar de llamar la atención y no consigue caer bien. Samsung lanzó su propia familia de cámaras sin espejo. Y lo intentó todo. Estética retro con parte superior metalizada, cámaras ultracompactas y ligeras, cámaras avanzadas y hasta una cámara con sistema operativo Androdid. Pero juraría que no ha conseguido desatar pasiones. Creo que está bajo el síndrome de Sony, por ser una marca que está en todas partes.

Y dejo mi amada Pentax para el final. ¿Qué pasa por la cabeza de los dirigentes de Pentax? Ha cambiado de dueño dos veces en los últimos años. Primero perteneció a Hoya y ahora a Ricoh. Su familia de cámaras réflex digitales ha sido siempre bastante interesante, con modelos punteros por un lado y cámaras sencillas para aficionado poco espectaculares por otro lado. Incursionó en el mercado de las cámaras sin espejo con el espantoso ladrillo K-01 que sólo aportó el poder usar los objetivo de la familia de cámaras réflex directamente. Luego lanzó la pequeña Q, que es la «respuesta a una pregunta que nadie hizo». En este caso, inventar la compacta de objetivos intercambiables. Recuerdo que aterrizó en España con un precio ridículo de cientos de euros. Ahora se puede comprar por 200 euros, lo que es razonable para un cámara con calidad de compacta. Pentax encontró mercado y lanzó la siguiente generación, la Q10. Y sólo entonces pareció alguien de la firma caer en la cuenta que con un sensor de cámara compacta no se iba a llegar muy lejos. Así que lo hicieron más grande para el último modelo, la Q7 (sí, la Q7 es más avanzada que la Q10, que es más avanzada que la Q). El cambio no es baladí. Eso significa que la distancia focal de los objetivos varía por un diferente factor de multiplicación. No creo que le haga gracia a quien tenía un equivalente a 35mm. en su Q o Q10. Mientras, llevo años oyendo sobre una futurible Pentax con sensor de formato completo. Y el lanzamiento de objetivos propios de Pentax está parado. Preocupante.

Todo esto me pone en una situación peculiar. Siendo dueño de una cámara réflex Pentax y estando pendiene del mercado de las cámaras sin espejo me podría ver a mí mismo otra vez en la misma situación que con los netbooks y esperando una evolución que no termina de llegar como la del mercado de los libros electrónicos. ¿Seré gafe?

Tiro con arco

He tenido que inventar una nueva categoría para publicar los vídeos de hoy. Puede que en el futuro hable de cosas que me interesan relacionadas con ella.  Pero hoy simplemente me voy a recrear en el tiro con arco.

Kyūdō.

Una demostración de la técnica «kinzhalnaya» de tiro rápido.

Las grabaciones de Erika Anear para corregir su postura de cara a competiciones.

No volveré a ser joven

Releí estos días El maestro de esgrima, la novela con la que descubrí a Arturo Pérez-Reverte cuando yo tenía 17 años. Volví a leer la novela con 22 años y en aquella segunda ocasión me detuve a recoger algunas frases que salían de boca del protagonista. Me fascinó aquel personaje que se mantenía fiel a sus principios contra viento y marea como una forma de darle sentido a la vida en un mundo convulso. El protagonista era un hombre mayor que había visto marchitarse el mundo, regido por el deber y honor, en el que se había educado para dar paso a tiempos más prácticos donde no todo tenía valor pero sí precio. Yo trasladé todo aquello a mis propias experiencias y su sentimiento de nostalgia por unos tiempos que ya no volverían lo traducí a los sueños e inocencias que había dejado por el camino a pesar de ser sólo un adolescente imberbe.

Volver a leer El maestro de esgrima fue de pronto encontrar la distancia que me separa de aquel que fui, alguien cuyas frases en primera persona estaban entonces llenas de «siempre», «nunca» y «jamás». Ahora sé que aquella determinación era resultado de que la vida todavía no me había puesto a prueba. Recuerdo que, hace pocos años, una ex-compañera de clase tras ponernos al día me dijo entusiasmada «¡Veo que sigues hablando de las mismas cosas y pensando lo mismo que en la carrera! Me alegro de que no te hayas vendido». Yo le contesté con resignación: «Simplemente pasa que nadie ha querido comprarme».

Creo que lo que da la experiencia y la madurez es comprobar que uno por más que lo quiera no se comporta como un personaje literario enfrentado a grandes dilemas. La pelea vital por ser fiel a unos principios no tiene forma de grandes batallas épicas. Nos alejamos del que quisimos ser dando pequeños pasos banales. Y mantener la guardia ante eso es una proeza mucho mayor.

Miro también a mi corazón,
y descubro que sus deseos
se resumen, desgraciadamente,
en dos palabras:
la palabra Siempre,
la palabra Nunca.

Bernardo Atxaga, «Bizitzak»

Transición

Hace muchos años caí en la cuenta que guardaba un primer recuerdo televisivo de algo que sólo pude identificar como la guerra civil libanesa. Quizás en mi memoria guardé imágenes de una película o simplemente se tratase de un falso recuerdo. Recuerdo que un día llegué a casa y mi madre me explicó que había sucedido un intento de golpe de estado. Tardé años en comprender que ello significaba algo más que unos hombres uniformados entrando con armas en el Congreso.

Mi primer recuerdo de un acontecimiento del que fui plenamente consciente de su calibre histórico fue la caída del Muro de Berlín. Sucedió en mi primer año de secundaria. El fin de la Guerra Fría provocó también el fin de las guerras civiles en América Latina y la llegada de la democracia a un buen número de países. Recuerdo que a partir de entonces se sucedieron los desfiles de nuevos jefes de estado y gobierno de países ahora democráticos de visita por España. Los medios de comunicación resaltaban sus discursos alabando el ejemplo que suponía España y su joven democracia, producto de una Transición modélica. Y yo adolescente inocente e ignorante me sentía orgulloso.

Durante años encontré sólo a un puñado, de los que para mí era radicales cascarrabias, que criticaban la sacrosanta Transición Española. ¿Qué esperaban aquellos chiflados para colmar sus sueños? ¿Que España se hubiera convertido en una República Democrática Popular vinculada al Pacto de Varsovia?

Tardé años en comprender. Las revoluciones suceden cuando parte de la propia maquinaria del poder se convence de que no merece la pena sostener por más tiempo el status quo. Las revoluciones triunfan cuando un dictador descuelga el teléfono y el general al otro lado se niega a sacar sus tanques para aplastar manifestaciones. Lo que no suelen contar los libros de historia escritos por los victoriosos revolucionarios son las negociaciones previas que puedan quitar mérito a la gesta de derrocar a Ceauşescu o Milošević.

En el caso español el asunto no llegó ni a la categoría de revolución. Se trató de una demolición controlada de las viejas estructuras en la que la izquierda aceptó como precio del advenimiento de la democracia olvidar las violaciones de los derechos humanos cometidas durante casi cuarenta años y respetar las fortunas amasadas al amparo del poder político. Se respetó la decisión del dictador de colocar como su sucesor en la jefatura del estado a un monarca con el que además se saltaba el orden dinástico. Quizás la vergüenza de este pecado original llevó a la instauración de un tabú consensuado sobre la institución de la monarquía que llega hasta hoy en España.

La muerte del dictador tuvo lugar en 1975, dos años después de la primera gran crisis económica mundial tras la Segunda Guerra Mundial. La Constitución fue sometida a referéndum a finales de 1978, que antecedió a la segunda crisis económica de la década y que dio pie a la revolución conservadora que aupó a Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en Reino Unido. España que pretendía, según el preámbulo de la Constitución, constituirse en un Estado Democrático, Social y de Derecho inaguró con la Transición una democracia y un Estado del Bienestar limitados.

Podría pensarse que si la derecha democrática era la heredera política del régimen al menos el paso del tiempo produciría la deseable transformación. El cambio generacional se produjo efectivamente. Cuando en 1996 el Partido Popular llegó al poder las carteras ministeriales fueron ocupadas por los hijos, sobrinos y nietos de grandes figuras políticas de la dictadura.

Absurdamente España se dedicó durante años a dar lecciones de democracia a los países de Europa del Este y del Cono Sur. Tuvieron que pasar treinta años de la muerte del dictador para que hubiera voluntad de buscar a los miles de españoles ejecutados y enterrados en cualquier parte para devolver los restos a su familia. Estos días, sin ir más lejos

Hombres maduros

En una noche de alcohol y confidencias un amigo me puso en su ordenador la versión de «Lágrimas Negras» que interpretaron «Bebo» Valdés y «Cachao» para el documental musical Calle 54.

«Fíjate en ese cruce de miradas. En esa complicidad. Así sólo pueden tocar los hombres que alguna vez amaron de verdad a una mujer», sentenció. Yo en aquel entonces sólo lo consideré una frase grandilocuente producto del alcohol.

Llevo tiempo escuchando música de hombres maduros que están muy de vuelta. He mencionado aquí a Johny Cash y a Leonard Cohen. Fue hace poco mi cumpleaños y escuché al gran Tom Jones, versionar a Cohen:

Well, my hair is gray and my friends are gone.
I ache in the places where I used to play.
And I’m crazy for love but I’m not coming on.