Despedí un fantasma en Barcelona

En el verano de 2022 viajé a Barcelona y nada más pisar la estación de Sants me pregunté qué iba a hacer si me hubiera encontrado con cierta exnovia. Yo he vivido en diferentes etapas de mi vida en Madrid y aquí me he cruzado, por pura casualidad y en distintas ocasiones, a gente de mi barrio, compañeros de mi antigua facultad y a personas de otras etapas de mi vida. Encontrar a una exnovia de pura casualidad en Barcelona era por tanto matemáticamente posible.

La cuestión aquel verano era que cada encuentro previo me había puesto un nudo en el estómago. Ella fue un herida abierta por largo tiempo. Recuerdo mi sobresalto cuando creí verla en el metro de Madrid al poco tiempo de haberme mudado a vivir a Madrid por primera vez, hace ya casi veinte años. No mucho tiempo después me volvió a pasar lo mismo en la estación de metro de Ciudad Universitaria, pero entonces me reí al caer en la cuenta de que su estética, su ropa y su corte de pelo que llamaban la atención en mi universidad de provincias era casi un uniforme estandarizado en ciertas facultades de la Universidad Complutense de Madrid. Pensemos que eran los primeros tiempos previos de la popularización de Internet en España y las distancias mentales desde cualquier región de provincias y Madrid eran mucho más grandes.

Yo intenté llevarme bien con ella durante bastante tiempo porque pensaba que sacar en limpio una buena relación justificaba todo el camino recorrido. Pero cada nuevo encuentro, que ella precedía de promesas de planes juntos que nunca se cumplían, me dejaba con una sensación de necesidad de compensar en un encuentro futuro las expectativas defraudadas. Un día descubrí el concepto económico de “coste hundido” y encontré la explicación perfecta para nuestra relación de amigos posterior a la nuestra relación de pareja. Yo seguía invirtiendo en una amistad fallida porque creía que ella me iba a compensar en un futuro próximo los agravios del pasado y lo único que lograba era acumular más decepciones.

Así que con mi mochila a cuestas por el andén de la estación de Sants me pregunté qué le iba a decir. Fui yo quien cortó el contacto y el que iba a tener que dar una explicación. Y me sorprendí a mí mismo pensando que me encogería de hombros si me hubiera preguntado al respecto. Recordaba su tono condescendiente conmigo cada vez que le hablaba de mis inquietudes e intereses. Supongo que ella se defendería ahora mismo diciendo que malinterpreté todo este tiempo su forma de expresar aprecio y afecto. Pero hace unos años algo hizo click en mi cabeza.

Fui siempre alguien de ideas fijas sobre lo que soñaba en la vida a pesar de que durante mucho tiempo parecía absolutamente inalcanzable. Imagino que para los compañeros de facultad o de trabajo que me escucharon hablar como el friki intensito que siempre fui les ponía ante un espejo donde tomar conciencia de sus expectativas limitadas. La salida fácil era tomarse a guasa oírme hablar de las horas que le dedicaba a seguir temas que no me generaban un beneficio inmediato.

Pensar que no me sentía obligado a explicarle nada de mi vida y que podría abandonar cualquier encuentro con ella sin contar cómo me iban las cosas fue liberador. Imagino que es un efecto secundario de que las cosas te vayan bien. Puedes mentir al respecto y no sentirme mal. Puedes permitirte entonces que la gente piense que sigues igual, chapoteando en el fango. Porque tú sabes que has llegado más allá de donde siempre soñaste. El lado negativo es que en Barcelona tuve la certeza de que tenía que haber cortado por lo sano mucho tiempo atrás.

Un día le propuse a un amigo un juego mental. Imaginando que los viajes en el tiempo son físicamente imposibles pero el envío de partículas parece que no, ¿sería posible algún día mandar un email al pasado? Así que aproveché la oportunidad para contarle qué le diría a mi yo del pasado a punto de comenzar a estudiar en la universidad en octubre de 1999. Mi amigo contestó sobre recomendarle a su yo del pasado invertir en una cosa llamada Bitcoins. Yo le conté que a ese yo del pasado le recomendaría cómo evitar los errores que cometí en la universidad en el ámbito personal. Había una idea triste de fondo en todo ello. Yo no tenía la más mínima idea de cómo lograr que mi yo del pasado triunfara socialmente. Sólo tenía consejos para evitar sufrimiento innecesario. Y uno de ellos era haber huido de ella.

Ahora me río imaginarme siendo presentado a una chica de 18 años que en su primer año de universidad presumía de estar de vuelta de todo en la vida y pretendía darle enjundia intelectual y existencial a los típicos daddy issues de chica de clase media empeñada en pisar todos los charcos que cabrearan al papi conservador de turno. Años después, precisamente en un encuentro en Barcelona, me contaría que se sentía atraída «por los cabrones que le arrastraban en su espiral autodestructiva». Creo que fue una buena pista para salir corriendo que llegó demasiado tarde.

Aproveché el viaje a Barcelona para ver en el Museo Nacional de Arte de Cataluña una exposición de obras de Turner. Al salir, viendo Barcelona desde la terraza frente al museo, me acordé de Loquillo cantando «Y ahora estoy aquí sentado / en un viejo Cadillac de segunda mano / junto al Merbeyé, a mis pies, mi ciudad…». La canción hacía referencia a las alturas del Tibidabo, en la otra punta de la ciudad. Y también expresaba nostalgia. Yo estaba en una ladera de Montjuic y no sentían nostalgia ninguna. Pero a mí me valió. Me la puse a todo volumen en los auriculares y bajé de allí con la sensación de haberme despedido de alguien para siempre.

Un comentario en “Despedí un fantasma en Barcelona

  1. Apartarse de determinadas personas es equivalente a quitarse un peso de encima en este camino llamado vida. Después de deshacerse de ese peso muerto se camina más ligero y más descansado.

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