Y por fin viajé.

Hace poco hice un viaje por vacaciones fuera de España. Desde 2009 sólo había viajado por puro placer a Andorra en enero de 2020. Parece mentira que haya pasado tanto tiempo. Y fue toda una experiencia.

Yo hice mi primer viaje fuera de España por mi cuenta en 1997. En aquel entonces evidentemente no lo sabía, pero el mundo iba a cambiar profundamente en la siguiente década. A la vuelta de aquel viaje me creé una cuenta de correo electrónico en un servicio llamado HotMail, un juego de palabras con HTML, para estar en contacto con gente que conocí. Al año siguiente viajé a Finlandia y me sorprendió que hasta los adolescentes llevaban móvil. Eran los tiempos de los Nokia 5110 y 6110. Mientras tanto, yo llamaba a mi familia desde cabinas de teléfono y viajaba usando callejeros y guías en papel.

Recuerdo viajar con diferentes circunstancias con la mochila de acampada cargada hasta los topes, lo que se convertía en la forma más fácil de identificar a otros viajeros viviendo su aventura europea en tren. Cuando salías de la estación del tren rumbo al albergue juvenil y veías a otros mochileros por la misma calle o avenida tenías la pista de que ibas por buen camino. Recuerdo la sensación de euforia que generaba encontrar el hostal, tras haberte peleado con el mapa y sudado la gota gorda aplastado bajo la mochila.

No voy a romantizar el viajar por Europa a finales de los noventa. Nunca viví ningún romance fugaz como el protagonista de nuestra película de culto, “Antes de que amanezca”, ni hice amigos para toda la vida. Pero recuerdo la camaradería que se generaba en los andenes o vagones de tren y en los hostales o albergues juveniles con otros mochileros. Coincidías con gente de todas partes del mundo en las mismas circunstancias. Era la primera vez en tu vida que saludabas a alguien de algún país lejano o compartías algún truco o información relevante. Tengo la sensación de que todo eso cambió.

En mi último viaje pude usar el móvil y los datos como si estuviera en España sin ningún sobrecoste. Eso significó usar el GPS para orientarse, además de poder compartir fotos y vídeos en redes sociales y aplicaciones de mensajería. Esa experiencia ya la viví en mis últimos viajes antes del gran parón. Recuerdo estar en Estambul en un albergue chateando con mis amigos y tener una extraña sensación de que mi rutina diaria no había cambiado. Viajar ya no era un cúmulo de experiencias que atesorabas para compartirlas a la vuelta a un grupo de amigos ansiosos por conocer qué habías descubierto en el ancho mundo. Ahora cuando vuelves a casa, el viaje ya es agua pasada.

Confieso que cargué un portátil ligero Chromebook para no estar totalmente desconectado del trabajo durante el último viaje y me encontré que no fui el único. Veías en la recepción o en el comedor del albergue a otras personas mirando el correo u hojas de cálculo, porque para muchos no es imposible desconectar del todo. También vi a mucha gente teniendo videoconferencias. Llegué a encontrarme a una chica sentada en el suelo de un pasillo planchándose el pelo mientras hablaba con alguien en otro huso horario que no había salido de la cama.

La gran novedad de viajar en 2023 es que todo el mundo está conectado a una pantalla. No hablé con nadie en ninguno de los sitios donde me quedé. No lo busqué, pero estoy seguro de que hubiera sido violento si me hubiera dedicado a preguntar a la gente de dónde era y hacia dónde iba. Caí en la cuenta de que, si a finales de los noventa hablabas con otros viajeros en el tren, en los andenes de las estaciones, en los aeropuertos y en los albergues, era simplemente porque en aquella época no había otra cosa que hacer, más que leer tu guía de viaje o una novela. La gente se sentaba con una bebida en la cafetería o el comedor del albergue y buscaba la conversación con otros viajeros porque eso era parte del encanto del viaje, encontrar gente de lugares lejanos. Hoy, en cambio, interactuamos a diario con gente de otros lugares en las redes sociales. No hay nada exótico en contar que has hablado con un mexicano o un australiano.

Pero si creo que hay una gran novedad respecto a viajar a finales de los noventa y primeros años de este siglo son las expectativas. Hoy emprendes un viaje tras haberte convencido de que el sitio merece la pena después de ver decenas de reportajes, vídeos y fotos en las redes sociales. Es posible incluso que hayas visto vídeo de gente de tu país viviendo allí. El resultado es que uno no viaja para explorar un sitio, viaja para confirmar las expectativas creadas. Y lo que es peor, viajar parece convertirse en una carrera de orientación en la que uno tiene que pasar por los “diez sitios imprescindibles” en un tiempo dado. Y por supuesto, para los que odian el turismo de masas tienes las guías de viaje para moverte por el sitio como un lugareño o las listas alternativas de “sitios secretos”.

Por supuesto siempre hay lugar para la improvisación, para guardar el mapa y simplemente callejear descubriendo lugares y ambientes de forma completamente aleatoria. Pero siento que recuperar aquel ambiente de aventura implica hoy ir a sitios más lejanos, caros o peligrosos. O habrá que reinventar la forma de viajar. Pero de eso hablaré otro día.

Un comentario en “Y por fin viajé.

  1. Como cada vez más personas tienen la posibilidad de viajar (debido al aumento del nivel de vida en muchos países), el turismo se ha convertido en una actividad de masas, es algo casi rutinario, ya no hay esa «sorpresa».

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