El tiempo, el implacable

Un signo del paso del tiempo es que «envejecer con dignidad» se convierta en un tema de conversación. El otro día me vino la duda de qué había sido de todas aquellas estrellas del cine francés que componían en los años 90 un star-system muchísimo más interesante que el estadounidense.

Primero busqué a Isabelle Adjani, que siempre recordaré por el reportaje que le hizo la revista PHOTO a propósito del rodaje de «La reina Margot». Me la encontré hecha una Sara Montiel francesa. Luego pensé en Emmanuelle Béart, de la que no había sabido nada en mucho tiempo. Me encontré con otra víctima de la cirugía estética que ahora hace campaña contra ella. Al menos Sophie Marceau lucía bien cuando apareció sin maquillaje y sin retoques de Photoshop en un número especial de la edición francesa de la revista Elle en 2008. De pronto, me sentí uno de esos contertulios que debaten sobre películas en televisión y hablan de que ya no hay mujeres como las que poblaban las pantallas en blanco y negro de su juventud.

Hace poco murió el dibujante Moebius y hoy la noticia ha sido el fallecimiento de Ray Bradbury. Dice Juanjo que «todos los gigantes culturales a cuya sombre crecí la van palmando poco a poco… y el mundo parece más ajeno y extraño sin ellos». El otro día hablaba de cómo la desaparición de referentes políticos le dejaba a uno perdido e impotente. El secreto de la vida debe ser nunca dejar de encontrar referentes para no vivir con nostalgia del pasado.

2 comentarios en “El tiempo, el implacable

  1. Y, en retrospectiva, ¿dejaste de ser joven el día en que fuiste incapaz de hacer de ninguna figura nueva un referente para algo? Yo seguía menos el cine francés que otros ámbitos como el rock (entonces) alternativo de los 90, o el metal. Y hace muchos años que no encuentro grupos que subir a mis referentes. Peor, cuando voy a algún bar donde ponen música del estilo, la música que ponen es de hace muchos años, prácticamente conozco todo. La visión fácil es pensar que «ya no hay grupos como los de antes». La incómoda es aceptar que todos, el dueño del bar y sus clientes, nos hemos hecho un poco viejos 🙂

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