Siempre he tenido un blog personal y anónimo. He perdido la cuenta de cuántos he empezado. El ciclo de vida ha sido siempre más o menos el mismo. Arranco escribiendo de forma anónima, volcando bastantes asuntos personales en el blog. Tarde o temprano escribo cosas que me apetece compartir. Algo que considero muy gracioso o brillante, que creo que deberían leer mis conocidos más allá de los cuatro gatos anónimos que me siguen. Poco a poco, el blog deja de ser anónimo para mis amigos, que dejan comentarios donde me llevan la contraria ante mis afirmaciones tajantes sobre tal o cual tema. Llega el día en que cuando escribo me empiezo a autocensurar pensando en cómo podría ofender o disgustar a mis conocidos si confieso algún trapo sucio personal o me desahogo con una diatriba sobre alguna cuestión que me disgusta. Llega el momento en que escribir el blog deja de ser divertido porque no escribo lo que realmente me apetece. Entonces, llegados a ese punto, suelo borrar el blog y empezar de nuevo.
LoboEstepario.net ha durado por una sencilla razón. No he hablado de nada excesivamente personal. Estuve a punto de hacerlo coincidiendo con la entrada número 100. Pero los comentarios de los lectores que surgieron del anónimato de Internet para felicitarme me hicieron ver que no estaba solo. «Oh, vaya». Toda esa gente ahí y yo apunto a hablar sin tapujos de mis cosas. Y es que tengo cuidado porque creo que uno de aquellos blogs envenenó una de mis relaciones de pareja.
Confieso que atravasé una etapa de doloroso pagafantismo del que salí haciendo una autocrítica en aquel blog personal. Decía Foucault que el poder es una relación. Es decir, no es una capacidad o una cualidad que se posea. «En serio, tío, esa chica consigue que yo haga el idiota siempre«. El poder es un vínculo asimétrico que une a dos personas y existe porque hay alguien que consiente que la relación se establezca en los términos del otro. Así que hice un repaso a mi relación con varias mujeres que pasaron por mi vida. Había pasado el suficiente tiempo para ser brutalmente honesto conmigo mismo y cínicamente honesto sobre ellas. Mi novia de entonces no estuvo en aquella lista, lo que le molestó profundamente. Yo le traté de explicar que no ser mencionada en mi blog precisamente debería suponerle un motivo de alegría. Se quejaba de que yo le hacía sentir irrelevante por no aparecer en el relato que hacía de mi vida en Internet. Ahora creo que tenía razón, pero por otros motivos. Yo andaba superando la crisis de los treinta y ella tratando de salir de la postadolescencia. En un correo me contó que se había sentido agotada tratando de ser la mujer con la que yo soñaba. En su blog leí que el chico por el que me dejó era, por fin, un hombre que le daba todo lo que ella necesitaba. Meses después me habló de él como «El Psicópata» y me contó cómo le amenazaba con publicar en Internet fotos de ella desnuda.
Muchos años después conocí a una persona que en un principio pareció perfecta. Llevo tiempo preguntándome si de alguna forma supo captar mis anhelos para tranformarse en la mujer de mis sueños. Porque hubo una construcción de un personaje que se desmoronó tan pronto yo puse el pie en su mundo, al otro lado del planeta. Cuando todo se hundió, volví dándole vueltas una y otra vez a lo que sucedió en aquellos horribles últimos días. Hasta que, de pronto, encajé los recuerdos de lo que viví a partir del segundo día de llegar allí, cuando me dispuse a deshacer la maleta para empezar una nueva vida tras dejarlo todo a 10.000 kilómetros. Yo, en aquel salón, con la maleta abierta, asistí a como el personaje se desmoronaba ante mí. Y tuve la amarga revelación de que aquella relación no iba a funcionar. Dos semanas después supe, además, que iba a terminar de forma brusca. Tras quemar las naves, sólo quedaba llegar hasta el final. Yo había dedicado tanto tiempo a darle vueltas al final de mi estancia en su ciudad, cuando la clave había estado en mi llegada.
Semanas después de volver a España, paseando un día con mi familia, revisé en mi Blackberry mi lector de RSS. Descubrí con sorpresa que no había borrado su blog de la lista de blogs personales que seguía. Allí estaba su última actualización. Una entrada aparentemente inocente sobre un regalo que alguien le había hecho y que era un mensaje para mí: «Mira, alguien me ha regalado lo que tú te negaste a darme». Borré el blog de mi lista y no quise saber de ella nunca más.
Fue la Navidad pasada, en una madrugada como esta. Me había servido una cerveza delante del ordenador y en aquel momento de silencio en la noche, la busqué en Google. Me encontré que había creado un perfil público en Facebook para promocionarse profesionalmente. Ella, que se burlaba de que yo tuviera perfil de Facebook. Había pubicado fotos y vídeos que no hubieran desentonado en el muro de una adolescente. Supongo que cuando quieres promocionarte profesionalmente tienes que limitarte a publicar cosas dentro de un «mínimo común» que no ofenda a nadie. Vi el nombre de la gente con la que interactuaba y vi las actividades en las que había participado. Todo era muy local. Había participado recientemente en un pequeño evento colectivo tras un largo tiempo. En su línea de tiempo aparecía que hacía semanas había colocado como foto de cabecera un fragmento de un fotograma del Club de la Lucha que mostraba a Edward Norton y Helena Bonham Carter en el final de la película. Aquel momento en el que se cogen de la mano y él le dice «me has conocido en un momento muy extraño de mi vida», una frase que le dije al poco de conocernos. Y entonces, me vino como un rayo que fulmina. Aquel perfil era el de una persona atada a una realidad terriblemente local y pequeña. Hubiera podido ser perfectamente el tipo de perfil en Facebook de una profesora en la Arkansas rural o una oficinista en una ciudad pequeña de Alemania. Su vida real era un mundo en el que yo no tenía encaje. Tan sencillo como eso. Así que, de pronto, la comprensión alivió un peso que se hundió solo como lastre que va al fondo y del que me despedí para siempre.
Se ve mejor la montaña desde el valle que desde la ladera. Yo también he visto este tipo de cosas (perfiles que tú, humano, jamás creerías, likes en facebook más allá de las puertas de Tannhauser y todo eso) y, sin embargo y pese a los diferentes contextos, uno recoge esa sensación de realidad estupefaciente, alien al fin, con el extraño poder de disipar las dudas que quedaron (¿por qué no salió todo como uno esperaba el día 1?), de una vez para todas.
Y bueno… decir que yo soy más de Pixies que de Nacho Vegas 🙂
Leerle y darme cuenta que no soy la única a la que le pasan cosas así, me devuelve el aliento.
Hay una canción que se llama así, 10.000 kilómetros http://www.youtube.com/watch?v=116vQExpSg4
Jose, viendo meetmeinthemorning.net ya descubrí que nuestros universos musicales son muy diferentes. No me voy a poner purista porque ella trate de promocionarse profesionalmene en Facebook. Yo he terminado por abrir cuenta de Twitter. Me parece mucho más interesante esa «foto fija» que capté de lo que es ella y su mundo. Me vino como una revelación.
Eu, la cifra de 10.000km. la saqué de que la primera vez que tomé un avión para encontrarme con ella. En la pantalla del avión ponía que habíamos recorrido unos 10.100km.desde España. Y ya ves. A los demás nos pasan muchas cosas que no contamos.
Lo que uno recoge (como esa foto fija) me parece que ha de ser con lo que uno se quede.
Y la música es lo de menos, buen hombre (al fin y al cabo, también podríamos ir juntos a un concierto de Avishai) 🙂
A mí me cuesta horrores no escribir cosas personales. Llegó un momento en el que decidí no volver a escribir un blog, y mucho menos tener un facebook o un twitter donte pudiera comunicarme con gente que conozco, precisamente por varias experiencias nefastas relacionadas con hablar de temas demasiado personales. Como quien deja una adicción cualquiera. Supongo que solo es cuestión de tiempo que me dé por cerrar y borrar mi blog actual.
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