Hace tiempo confesé aquí a finales de los 90 miraba con desprecio aquellas cámaras de película con cuerpo de metal, como la Nikon FM2. Y en cambio babeé cuando leí sobre el lanzamiento de la Fuji X100, con su estética de cámara telemétrica.
Es como si el mundo de la fotografía se sintiera culpable por haber perdido la esencia atrapado en un mundo de manipulaciones Photoshop y disparos en ráfaga («alguna saldrá buena»), con lo que la mirada nostálgica hacia el mundo perdido sea un acto de contricción. También hay que decir que cuando algún fabricante quiso dar un salto al futuro contratando un reputado diseñador industrial, perpetró engrendros como la Pentax K-01.
Olympus ha sido una de las marcas que ha hecho bandera de la nostalgia fotográfica. Cuando lanzó su primera cámara sin espejo recurrió al diseño de la familia Olympus Pen, que estuvo en producción entre 1959 y principios de los años 80. Cuando lanzó un modelo de cámara sin espejo para «aficionados avanzados» recurrió otra vez a su propio pasado para realizar una versión digital de las Olympus OM de los años 70. Y lo ha vuelto a hacer con la última generación de cámaras sin espejo, inspiradas fuertemente en la familia Olympus Pen F de los años 60.
Es como si la Olympus EP-5 no estuviera ligeramente inspirada en el pasado, sino fuera ya una reinterpretación digital de una cámara antigua. Ya no es un guiño a los fotógrafos veteranos o un autohomenaje a las glorias pasadas. Empieza a ser una broma demiasado estirada en el tiempo.
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