Doy por hecho que si un alter ego del adolescente que fui me escuchara hablar de la vida y de la naturaleza humana posiblemente se escandalizaría de lo que pienso y sin duda estaría en desacuerdo.
Como todos los adolescentes creía que cada persona es un mundo, único y complejo, que sólo podía ser explicado por sí mismo. Cada persona tenía mil razones para ser como era. Ahora sé que la mente humana está construida sobre una combinación de piezas finitas que genera patrones comunes.
Desde luego no sabría adivinar a ciencia cierta que va a hacer alguien cercano mañana o cómo reaccionaría ante una determinada situación. Pero sé identificar al vuelo qué subyace en toda clase de declaraciones. La gente se pasa la vida autoengañándose y justificándose.
Contaba el otro día de cómo un día las agencias de publicidad al servicio de la industria de la moda y la coméstica reciclaron el discurso femenista en su contra para vender sus productos como forma de empoderamiento de la mujeres. Un elemento de ello del que daría para hablar largo y tendido fue la asexual hipersexualización de las mujeres. Un oximorón con resultados prácticos muy curiosos: Las mujeres que lucen su cuerpo se siente incómodas con la reacción masculina. «Yo sólo pretendía demostrar que estoy a gusto conmigo misma», dicen quejumbrosas repitiendo los mensajes del mundo de la publicidad. Pero el asunto tiene un reverso en el que los hombres hemos entrado. Al girar todo en torno al sexo pretendiendo que es otra cosa, los hombres nos hemos convertidos en tácitos compradores de fantasías sexuales con otro nombre.
El adolescente que va al cine a ver Ultraviolent, Underworld o Tomb Raider 2 puede tener la conciencia tranquila de que gasta su dinero en una película de acción. Que la estética de las protagonistas femeninas entre en el terreno del fetichismo leather-latex es sólo casualidad. Todos hemos visto a «la chica de la lejía del futuro» ¡En el futuro visten así!
Hace poco descubrí dos casos reseñables de los que no voy a poner enlaces. Una chica de veintipocos que ya ha publicado varios poemarios, editado una antología de gente de su generación, tiene un blog en la edición digital de un periódico y mil cosas más, que inclyuen posar para varias reportajes como modelo. «¿Es guapa y su poesía es accesible? No me digas más.» Sentenció un colega filólogo y profesor de universidad. Me quedé con la duda. Revisé su blog y me encontré, sin venir a cuento, muchos autorretratos. También me encontré muchas fotos de sus lecturas, siempre una mano femenina con las uñas pintadas sujetando el libro imitando a ratos a Helmut Newton. Y ahí estaba. Vender carne pero pudiendo todos jugar a que no es eso. Como ese otro caso de la venezolana «de familia de mucho dinero» que vive en Miami y escribe de moda pero que intercala sin venir a cuentos fotos de ella luciendo escote. Seguro que muchos hombres darán a la rueda del ratón convenciéndose a sí mismos que visitan la página por las recomendaciones de música, TV o cine.
Decía Michel Foucault en «La microfísica del poder» que el poder no es una cualidad que se posee. Es una relación entre dos partes. El poder de llamar la atención existe porque hay quienes están dispuestos a entrar en el juego. Y a estas alturas de la vida la carne y el sexo vende en el mundo de la comunicación y la publicidad porque los hombres seguimos dispuestos a hacer doble click con una excusa preparada.

Replica a Jose Alcántara Cancelar la respuesta