«Iron Fist» es flojita

Resulta que un tipo andrajoso y descalzo llega a Nueva York diciendo que es el hijo de un millonario que desapareció quince años atrás con su familia cuando viajaba en un avión privado sobre el Himalaya. Podríamos tener la duda de si es un farsante o el verdadero Danny Rand, heredero de una enorme fortuna. Pero una serie de insistentes flash backs del accidente aéreo, que le provocan de paso al perroflauta descalzo ataques de estrés postraumático, informan al espectador de que dice la verdad, eliminando toda duda y suspense. De paso, sabiendo esa información, sólo podemos concluir que el personaje de Danny Rand es realmente gilipollas. Se dedica a perseguir con sus pintas y olores de dormir en el parque a los hijos del socio de su padre, que son los que ahora manejan la empresa, tratando de convencerles de su verdadera identidad con el argumento de peso de decir «¡soy yo!, ¡en serio!, ¿pero por qué me hacéis esto?»

Danny Rand termina encerrado en un psiquiátrico. Gracias a una serie de datos que sólo el verdadero podría conocer, convence al psiquiatra que le atiende de que no es un farsante o un loco. En el momento culminante, el psiquiatra sonríe afable y le pregunta cómo es que ha regresado a Nueva York quince años después de su desaparición. Y a Danny Rand no se le ocurre otra cosa que explicar que la ubicación del monasterio de los monjes guerreros que le rescataron en el Himalya en realidad está en otro plano dimensional y que sólo se abre una conexión con nuestro mundo cada quince años. Realmente brillante por su parte. Así que le dejan allí encerrado hasta que se escapa dando un súper puñetazo a una pared. Porque en eso consiste su súper poder: concentrar mucha energía en el puño.

Lo siguiente que hace Danny Rand es buscarse a una abogada que trabajó para su padre para plantear una demanda y recuperar la parte de la empresa que le corresponde. Lo que podría ser una típica trama de abogados y juicios se resuelve enseguida, porque la hija del socio de su padre siente penita por él. Así que le da bajo cuerda una prueba que le permite probar su identidad y reclamar la propiedad del 51% de la empresa, valorada en miles de millones de dólares. El hasta hace poco perroflauta se convierte en accionista mayoritario de una gran empresa y pasa a tener despacho, vestir traje y conducir un Aston Martin. Entonces, descubre que la Mano, organización mortal enemiga de los monjes que le entrenaron, usa la empresa para sus negocios. Y así, entre el cuarto y quinto capítulo, la serie arranca de verdad…

Iron Fist es una de las nuevas apuestas en series de televisión del binomio Marvel-Netflix. Se trata de un cómic nacido en 1974, en pleno boom del cine oriental de artes marciales. Recordemos que las películas más conocidas de Bruce Lee se lanzaron entre los años 1971 y 1973. No sé cuánto de lo que nos cuentan en la nueve serie de televisión está tomado del cómic original. Da la impresión que todo lo que tiene que ver con artes marciales y filosofía oriental es un batiburrillo. Posiblemente son la clase de cosas que en años los setenta quedaban muy exóticas y orientales para una audiencia occidental pero que en pleno 2017 quedan ridículas. En la serie, Danny Rand practica kung-fu, taichi y yoga mientras que reza a Buda y cita frases de filosofía zen. Además traba amistad con una profesora de kárate, interreptada por una actriz mitad china y mitad británica, que habla del Bushido, cita a Sun Zi y tiene un libro sobre Musashi bien visible sobre una cómoda. Son todo clichés y muy superficiales. Para colmo, las escenas de artes marciales, que deberían haber sido el punto fuerte de la serie, muchas veces no están a la altura de las circustancias. Y se echa de menos el nivel visto en la serie de Daredevil, también coproducida por Netflix.

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