A estas alturas no me molesta confesarlo. No soy especialmente cinéfilo. Aunque he contado con el beneficio de la duda que aporta ser una persona medianamente culta. Los demás lo dan por hecho cuando te oyen hablar de música o literatura. Otro día contaré por qué mi distanciamiento del cine intelectual (historias desgarradoras que acaban mal o el cine de crítica social), lo que quizás tiene que ver con mi vínculo con las ciencias sociales y la realidad tal cual es.
Quiero ver películas para pasar un buen rato y quedarme satisfecho porque los buenos ganan, el empollón friki se lleva a la chica y queda margen para la esperanza en el mundo. Así que veo mucho cine sin pretenciones. Y me pasa a menudo que termino disfrutando más y haciendo lecturas personales más profundas de películas que nadie toma en serio frente a otras avaladas por la crítica o el boca a boca. Me pasó, por ejemplo, con «Milla 8» frente «El hijo de la novia». Y me pasó recientemente con dos películas de Hollywood ambientadas en Sillicon Valley.
En primer lugar tenemos «Los becarios». Vince Vaughn y Owen Wilson repiten el tándem que formaron en «De boda en boda». Esta vez interpretan a dos tipos a los que la crisis les pasa por encima y se lanzan al mercado laboral en un mundo que ha cambiado. Echándole bastante morro, y porque la «ignorancia es atrevida», se inscriben en un programa de Google que forma equipos que compiten por ser admitidos como becarios. Los protagonistas terminan con los marginados que nadie ha aceptado en su equipo. Tras la desconfianza inicial que provocan al demostrar que no tienen la más mínima idea de Internet y programación, terminan aportando al equipo su experiencia en la vida y un enfoque diferente a los problemas. Al final, la película presenta la importancia del trabajo en equipo y el valor de la amistad frente al «todo vale» para ganar. Habla de la importancia de la diversidad en los equipos para contar siempre con aportaciones interesantes y de la importancia de la inteligencia emocional, además de la necesidad de alcanzar un equilibrio entre metas y disfrute del presente. En definitiva es una película ligera y amable, ensamblada sobre los estereotipos del empollón friki con pocas habilidades sociales.
Y luego, tenemos otra película con pretenciones de profundidad y fidelidad a la realidad: jOBS, protagonizada por Ashton Kutcher. La película arranca con la fase de la juventud de Steve Jobs en que experimenta con las drogas, viaja a la India y decide dejar la universidad para quedarse de oyente, antes de trabajar en Atari y comercializar un ordenador personal diseñado por su amigo Steve Wozniak. A partir de ahí, vemos el ascenso de la empresa que montan ambos, Apple. Wozniak pone el talento y Jobs las dotes comerciales. El retrato de Jobs no resulta nada amable. Se aprovecha de Wozniak cuando trabaja en Atari, se desentiende de su novia cuando ella le anuncia que está embarazada, vende los primeros ordenadores Apple haciendo promesas difíciles de cumplir y cuando la empresa crece resulta abrasivo con los empleados. El problema está en la dificultad de transmitir al espectador que Jobs es un genio. Es un tema que hubiera sido fácil de explicar en un documental, explicando el camino seguido por otros y lo rompedor que suponía el camino seguido por Jobs. Pero en esta película el asunto queda simplificado y el espectador sólo ve a un Jobs vehemente y furibundo que descarga su ira sobre los demás. Sólo porque vemos la película sabiendo de antemano en lo que Apple se convirtió podemos creernos que estamos ante el retrato de un genio y no de un cretino insufrible, como es el caso de la protagonista principal de «La hora más oscura». Y así la película enlaza escenas sin que tengamos más trama que el ascenso de Apple. Al menos en «La red social» el pleito contra Mark Zuckerberg constituía una trama sobre el que se iban engarzando los flash-backs que contaban el nacimiento y auge de Facebook. Así que «Jobs» es una película ambiciosa que falla en ser compleja y que nos cuenta algo que ya sospechábamos, los genios son insufribles de cerca.
Jobs es una mala película. Sin más. No aburre, pero no emociona. Los defectos son un plomo de contar, básicamente me pregunté al salir qué hubiera pasado si la biografía de Jobs la coge Martin Scorsese… o si Aaron Sorkin escribe el guión… Hizo algo grande de La Red Social con un tipo del que todavía no hay perspectiva y encontró – real o no real – una motivación personal del personaje.