Vértigo

Hace tiempo una amiga estuvo de viaje de negocios en Estados Unidos. A la vuelta en España, en un arrebato de entusiasmo me dijo algo así como «si todo sale bien, nos vamos todos para allá». Se refería a una de las diez ciudades más grandes del país pero en absoluto una de las que cualquier español tiene en mente si le piden que piense en las ciudades estadounidenses más grandes, famosas o importantes. Así que me puse a hacer averiguaciones en Internet.

En poco días me había informado sobre el mercado inmobiliario y el de coches de segunda mano. Averigüé sobre sitios a donde viajar en tren desde allí y sobre los parques nacionales a los que se podía llegar dentro del mismo estado para hacer senderismo. Leí sobre museos que visitar y sobre lugares a donde salir por la noche. Mi amiga se quedó convencida de que se me había ido la pinza soñando despierto y empezó a recular, negando que ella hubiera mencionado la posibilidad de irse a vivir allí.

Todo aquello quedó en nada, evidentemente. Aunque pasé por tener que contestar a si estaba dispuesto a irme tan lejos. Lo estaba. Mi llegada por primera vez a una Gran Ciudad me descubrió lo solo que se puede llegar a estar rodeado de mucha gente y que las grandes expectativas quedan aplastadas con el primer contacto con la realidad. Asi que hubiera sido ingenuo creer que aquella oportunidad fallida de irme a Estados Unidos hubiera sido el comienzo de una vida maravillosa. Pero me imagino una disyunción histórica en la que en un mundo paralelo me fui para allá y empecé una nueva vida. En algún plano espacio-temporal hay otro yo viviendo en Estados Unidos. Y, como antes de salir de mi terruño por primera vez para vivir en una Gran Ciudad, me invadió el miedo de vivir  una gran oportunidad y fracasar. De alguna manera, me alegré que todo el asunto quedara en nada.

¿Una nueva izquierda en Estados Unidos?

Bill de Blasio se ha convertido en el candidato demócrata a la alcaldía de Nueva York. Está casado con la activista y poeta Chirlane McCray. Su familia es eso que se dice «birracial» en Estados Unidos y resultó bastante «fotogénica» frente a las cámaras durante la campaña. Pero lo interesante aquí es que Peter Beinar señala en The Daily Best su victoria como la aparición de una Nueva Izquierda en Estados Unidos.

Al final de este viaje

El año pasado me entraron de improviso ganas de recorrer Estados Unidos. Es un país que siempre me generó antipatía. Y mis primeras inquietudes por conocer mundo me llevaron a Europa. Luego al Mediterráneo Oriental. Tenía un proyecto de viaje por Turquía, Siria e Irán, que tras posponer se ha vuelto en una de sus estapas imposible por razones evidentes. Entonces, una amiga se mudó a la Coste Este y cuando me invitó a visitarla me puse a mirar en Seat61.com viajes en tren por Estados Unidos. Viajar en tren es mi forma favorita de recorrer países, herencia de mis inicios como mochilero InterRail y porque valoro por mi altura poder salir al pasillo a estirar las piernas. Así que descubrí el California Zaphryr, que recorre las grandes llanuras y atraviesa las Montañas Rocosas desde Chicago al Valle Central de Califoria, donde los pasajeros embarcan en un autobús para alcanzar San Francisco.

Empecé a soñar. Me compré un mapa Michelin de Estados Unidos y una guía de viaje de los Parques Nacionales del oeste de Estados Unidos. Un segundo ruta Chicago-Los Angeles te deja a 100 kilómetros del Gran Cañón del Colorado. Y no muy lejos de allí está un lugar que supe de su existencia porque un antiguo compañero de piso estadounidense había estado en él. Pero las fotos que él me había mostrado no tenía nada ver con lo que fui descubriendo del Parque Nacional de Sión en Utah. Es un lugar que paree de otro mundo y cuyas fotos parecen óleos o creaciones por ordenador.

Me dediqué a mirar las rutas por carretera para llegar al parque. Recorrí aquellas carreteras con Google Street View. Y cuanto más información acumulaba y más lugares mágicos descubría, más me asaltó una duda, ¿qué diferencia haría visitarlo realemente? Sólo estaría confirmando con mis propios ojos la existencia de maravillas que ya había descubierto. Y esa emoción ya la había vivido una irrepetible vez. Ir o no ir, ¿qué más daba? Iría solo y lo disfrutría solo. Sería una experiencia personal intangible. Algo que sólo iba a perdurar en mi cabeza como un recuerdo. Como toda la felicidad efímera que he vivido.

Repasé mis metas. Los libros que me gustaría escribir y las fotos que me gustarían hacer. Pensé en todas aquellos ensayos y relatos que nunca terminé de escribir pero que están en mi cabeza. Creo que disfruté más documentándome y construyendo un universo en mi cabeza que poniéndome manos a la obra. Sé que de haberlos terminado nunca habría llegado muy lejos con ellos. Y aún así, ¿qué importaba el aplauso y los halagos de los demás? A veces me pasa con la fotografía. ¿Recibir halagos por una foto qué significa realmente? ¿Recibir la enhorabuena por una sensibilidad que no yo escogí tener? ¿Enhorabuena por la belleza de un paisaje que está ahí para cualquiera? ¿Enhorabuena por la suerte de haber encontrado unas nubes caprichosas y una luz solar determinada? ¿Enhorabuena por la belleza y el talento de la modelo?

La vida y la muerte, enormes bromas cósmicas, dejaron de tener sentido para mí, perdido en mi propia cabeza. Es lo que quise contar en la entrada nº 100 de este blog. Y al final me he atrevido a contar en la presente, la nº 200.