Confieso que formé parte de esa generación que celebró la llegada de Internet a sus vidas con la esperanza de que nos ayudaría a conectar con otras personas trascendiendo las apariencias. Pensábamos que en un mundo de foros, blogs y chats sólo importaría la inteligencia, los conocimientos y el sentido del humor. Sí, todos soñábamos que una chica especial se enamoraría de nosotros porque en Internet no importaba tu físico ni el dinero que tenías en el banco. Eso no pasó, aunque hice un amigo del que, veinte años después, desconozco su apariencia física.  Pero creo que nunca hubiéramos imaginado que Internet se iba a convertir en la causa de que nos sintiéramos tan solos y frustrados.

The New Yorker, 1993

Ahora suena cómico pensarlo, pero recuerdo los ensayos que alertaban sobre la transformación de Internet en un enorme centro comercial por la irrupción de grandes empresas. Hay que recordar que el primer navegador que usé, el Mosaic, fue creado por una organización gubernamental. Siendo el genio que soy anticipando modas y tendencias. no me preocupé porque nunca creí que el comercio electrónico tuviera futuro. Al fin y al cabo, pagar por adelantado en Internet confiando que luego llegaría a tu casa un paquete era algo demasiado arriesgado. También tengo que recordar que fui el genio que después de ver que en Finlandia hasta los adolescentes tenían su teléfono móvil Nokia predije que esa tecnología no despegaría en España porque somos una cultura mediterránea del cara a cara. Pero me desvío.

Al año siguiente de crear mi primer blog en 2003, Tim O’Reilly y Dale Dougherty pusieron de moda el concepto Web 2.0. La idea era que los usuarios de Internet estábamos dejando de ser usuarios pasivos para generar contenido. Algo así ya lo había anticipado Alvin Toffler en su libro La Tercera Ola de 1980, donde proponía el concepto “prosumidor”, un consumidor que gracias a la democratización tecnológica de los aparatos audiovisuales iba a ser capaz de crear contenido. En definitiva, unos y otros hablaban de cómo la democratización de la tecnología ponía en las manos de cualquiera la posibilidad de lanzar un mensaje al mundo. Aquello era absolutamente revolucionario. Lanzar un mensaje al mundo había sido algo sólo al alcance de reyes y presidentes. Y con menos alcance, también para periodistas estrella con programa de gran audiencia o para famosos del espectáculo cuyas palabras eran seguidas por la prensa. Lo que pasó a continuación te sorprenderá.

La democratización tecnológica generó un proceso darwiniano. Todos podíamos lanzar un mensaje al mundo con nuestros blogs, directos en streaming, videoblogs, montajes de vídeo… Se abrieron las puertas para que todo el mundo publicara. Pero no todos tenían algo interesante que decir. El resultado fue una cacofonía de voces. Entre tanto ruido lograba llamar la atención lo estridente, lo provocador y lo llamativo. Y en la soledad anónima de nuestras casas, sin nadie mirando por encima de nuestros hombros, escogimos libremente. El terrible resultado es que terminamos reproduciendo exactamente el mismo panorama que el de los medios tradicionales.

Nuestra queja por la televisión basura de los años 90, cuando sólo existían cinco cadenas en España, se basaba en la idea de que la falta de acceso a alternativas culturas e interesantes hacía a la gente idiota. Internet iba a cambiar eso. Tener en casa una enciclopedia como la Espasa-Calpe o la Británica ya no iba a ser un lujo al alcance de unos pocos privilegiados. Todos teníamos de pronto acceso a la Wikipedia, pero también a cursos de programación e idiomas. Íbamos a salir mejores. Pero terminamos con nuestras elecciones sobre qué ver delante de la pantalla haciendo ricos y famosos a gente que humillaba a mendigos en la calle por las risas o se limitaban al salseo sobre otros personajes del ecosistema de famosos de Internet.

Evidentemente, la democratización tecnológica tuvo sus cosas buenas. Una madre divorciada canadiense subió a Youtube la actuación de su hijo Justin Bieber, que tenía 12 años, en un concurso infantil. Alguien vio el vídeo y le ofreció a la madre un contrato que cambió la vida al chiquillo para siempre. Muchos años después, Lil Nax X, un rapero estadounidense al que no conocía nadie compuso una canción de temática country con las bases rítmicas que un holandés componía en su casa y regalaba en Internet. Cuando la canción se viralizó, el rapero animó a la gente a que le pidiera públicamente a Billie Ray Cyrus que aceptara cantarla con él en un vídeo musical. Y así, podríamos seguir con historias de gente con talento que tuvo una gran carrera gracias a Internet. Pero ese poder de conectar a artistas con su público benefició también a artistas consolidados que no tuvieron que ser esclavos de multinacionales del entretenimiento y pudieron tomar el control de su propia carrera.

Pero hay un aspecto de la democratización tecnológica que resultó especialmente perversa. Cuando todos pasamos a tener una cámara de fotos en el bolsillo la relación con nuestra propia imagen cambió. Yo soy de una generación que una vez superaba la infancia, el número de fotos que le hacían en un año era escaso. Quizás en alguna fiesta o en algún viaje. En mi disco duro apenas tengo escaneadas un puñado de fotos de entre mis 15 y 25 años. Y a partir de ahí empezó la explosión. Recuerdo que le hice más de 1.300 fotos en un solo fin de semana a la que era entonces mi novia tras comprarme mi primera cámara digital, una Casio Exilim P505 Pro.

El cambio en la manera de percibirse de la gente después de la proliferación de las cámaras digitales compactas y los móviles con cámara de alta resolución lo notas en la manera en que las adolescentes y jóvenes posan en las fotos. Yo soy de la generación que cuando una madre decía “Ponte, que te hago una foto” la gente miraba con los brazos caídos a la cámara. Pero cuando hacer fotos se convirtió en algo cotidiano la imagen pública se convirtió en algo fundamental de la identidad personal. Y ahora todas las chicas que parecen aspirar a transmitir una imagen de modelo/influencer, sin importar el status social o profesión.

Imagino todo lo que podrían contar ellas sobre la presión social para encajar en los cánones al uso y la frustración de aquellas que no lo logran, en un mundo donde compararse es tan sencillo. Ya lo explicaban en el documental The Social Dilemma. Pero yo hablo desde el punto de vista de un hombre heterosexual solitario. En el proceso darwiniano por el que las creadoras de contenido pelean por nuestra atención empezaron a emplear su imagen. Y pronto no hubo aspecto de la experiencia humana en el que no hubiera una mujer explotando su físico para captar atención. Me pregunto qué hubiera pensado yo en los tiempos en que descubrí Internet si hubiera sabido que la sexualización del cuerpo iba a ser una baza fundamental hasta para las intelectuales y artistas.

Luna Miguel. Poetisa, modelo y actriz. ¿Pometriz?

Durante una época tenía un juego con un amigo por Telegram. Le mandaba una foto de una chica que lucía un escote llamativo y le preguntaba su profesión. Le ofrecía siempre tres opciones. Algo así como “modelo de OnlyFans”, “influencer de moda y viaje” o su profesión real. Esta última siempre era muy aleatoria. Recuerdo el caso de una pedagoga promocionando su libro sobre crianza responsable. Por supuesto, mi amigo nunca acertaba. Y me reía mucho su sorpresa cuando le desvelaba la verdad. ¿Una chica con vestido negro y collar BDSM? La gata de Schrödinger, divulgadora de ciencia. ¿Dos chicas rumanas de padres canadienses que ejercen un día de e-girl, otro día de influencer y otro aparecen en un programa de citas a ciegas? Pues hablamos de las hermanas Botez, Women FIDE Master en ajedrez.

Hace muchos años se hablaba del “Síndrome de Facebook”, esa sensación de que todo el mundo parecía tener una vida más interesante que la tuya si pasabas demasiado tiempo en aquella red social. Por supuesto que hoy tendríamos que hablar de Instagram y TikTok para explicar el mismo fenómeno. El resultado es que ya no sólo tenemos una pobre percepción de nuestra vida viendo a tanto influencer compartiendo fotos de tostadas de aguacate en un hotel caro Dubai, sino que como hombres heterosexuales estamos siendo bombardeados constantemente por mujeres atractivas luchando por nuestra atención. Fue culpa nuestra porque, desde el solitario anonimato de saber que nadie miraba por encima de nuestro hombro, fuimos nosotros los que alimentamos el algoritmo con nuestras opciones. Por eso ahora me dedico a bloquear en Instagram a influencers.

2025 es el año en que estamos todos solos, dedicando horas a ir pasando con nuestro dedo pulgar publicaciones en redes sociales. Doom scrolling. Viendo mujeres atractivas hablarnos de cualquier cosa. Viendo los viajes, la vida de lujo y la diversión de otros. Ganando un dinero que ya no nos permite tener acceso a vivienda y vehículo como la generación de nuestros padres. Y teniendo que compartir piso o vivir solos en lugares pequeños o feos. Vivimos una distopía.

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Una respuesta a “CYBERPUNK 2025”

  1. Avatar de
    Anónimo

    INTERNET: Esa TARÁNTULA letal que nos ha engañado a todes……

    (Aquí sí 🧿 🤷 🙋)

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