En una palabra, el discurso de Foucault es el espejo de los poderes que escribe. Esa es su fuerza y su seducción, y no su «índice de verdad», eso es su leit-motiv: los procedimientos de verdad, pero no tiene importancia, proque su discurso no es más verdadero que cualquier otro- no, es en la magia de un análisis que despliega los meandros sutiles de su objeto, que lo describe con una exactitud táctil, táctica, donde la seducción alimenta la potencia análitica, donde la lengua misma alumbra en la operación poderes nuevos. Esa es también la operación del mito, hasta en la eficacia simbólica que describe Lévi-Strauss, y sin, embargo, ese no es un discurso de verdad, sino un discurso mítico, en el sentido fuerte del término, y yo creo secretamente, sin lugar a duda, en el efecto de verdad que produce. Eso es, por otra parte, lo que falta a los que, siguiendo las huellas de Foucault, pasan al lado de ese dispositivo mítico y se vuelven a encontrar con la verdad, nada más que la verdad.
Jean Baudrillad en Olvidar a Foucault.