Soy de la generación para la que tener un equipo de música era una aspiración. Hablo no de las mini cadenas, sino de los equipos que incluían amplificador y ecualizador como elementos separados que se apilaban en muebles dedicados. Yo tuve una minicadena Pioneer con reproductor de CD y doble pletina de casette. Me la compré durante la adolescencia. Y quedó atrás cuando me fui de casa después de la universidad. A partir de aquel entonces toda la música la escuché a través de los altavoces del portátil, de dos altavoces Creative Labs conectado al portátil, de un reproductor MP3 o del móvil. Para colmo, mucha de aquella música estaba descargada de Internet con un ratio de muestreo bajo. Es decir, jamás volví a escuchar música en condiciones óptimas.
Resulta que el fenómeno es generalizado. El oyente medio de música lo hace en condiciones subóptimas. Pero no importa. La calidad de las grabaciones ha caído en picado. Las casas discográficas han entrado en una guerra de decibelios para que su música suena más alta, sacrificando rango dinámico por el camino. Así que todas esas quejas de que ya no hay música como la de antes tiene una base de razón.